Chus Lago soportó ventiscas de 150 km/h con visibilidad cero, un terreno con grietas fuera del mapa y una temperatura media de -25° durante la travesía
Autor: X.R. Castro
Publicado en http://www.lavozdegalicia.es
9 enero 2009
Dos meses y medio fuera de casa, 59 días sola en la Antártida rodeada de nieve por todas partes para recorrer 1.200 kilómetros de distancia con una pulka (trineo) que pesaba de inicio 130 kilos, una temperatura media de -25° y la comida justa para llegar al centro del continente helado. Pero los números gélidos esconde también dos meses de película para la viguesa.
Desde ventiscas con rachas de 150 kilómetros por hora que estuvieron a punto de acabar con su tienda aerodinámica a grietas en el suelo antártico o una nubosidad crónica que redujo al mínimo los paneles solares para recargar sus baterías.
Todo comenzó el 11 de noviembre.
Horas después de que el Ilyushin que la transportaba tras nueve días de espera en la localidad chilena de Punta Arenas tomase tierra (en este caso sobre una superficie helada) en la base de Patriot Hills. Aquel lejano primer día de expedición anduvo ocho kilómetros.
Los primeros problemas no tardaron mucho en llegar. Grietas de considerables dimensiones hicieron acto de aparición en la tercera jornada y la obligaron a dar un rodeo que estaba fuera de la hoja de ruta.
Ventisca de 150 km/hora
Un vendaval con rachas de viento de 150 kilómetros por hora y que provocaron una visibilidad nula (era imposible ver más allá de 5 metros) la saludó durante la primera semana. En su blog llegó a comentar: «No veo nada. Si me encuentro una grieta, me traga seguro». La tienda no resistió en su integridad las acometidas de Eolo y necesitó de un cosido cuando el tiempo amainó. Por si fuera poco la pulka se enterraba en la nieve y dificultaba cualquier avance. El parte de daños se cerraba con unos paneles solares tocados «que necesitaron de un cabestrillo» -Chus Lago, dixit -.
Una media de diez horas
Chus Lago dedicó una media de diez horas diarias a su travesía sobre el Antártico. Siempre con el mismo ritual: tres horas de arrastre, parada para desatar el arnés, cambiarse las gafas para poder ver algo y descansar para beber agua e ingerir alimentos. Todos ionizados y preparados en A Madroa, su barrio vigués de residencia. En más de una ocasión alcanzaron picos de catorce, con alguna jornada maratoniana -en donde incluso llegó a perder el equilibrio- que comenzaba a la una y media de la madrugada, teniendo en cuenta la luz luminosa del verano austral.
Máximas de -16°
Suena a chiste, pero Chus Lago echó de menos un poco más de frío en alguna ocasión. El termómetro llegó a rondar los -16°, lo que dificultó el arrastre del trineo. «Parece que me estoy moviendo en una sopa de nieve», comentó la dama de las cumbres , que en alguna ocasión confesó realizar la travesía en una camiseta térmica como única prenda de abrigo. Esta benigna climatología le impidió fijar las sujeciones de la tienda.
2.850 metros de ascensión
El continente blanco tan solo tiene de llano la apariencia. Chus Lago comenzó la travesía a 370 metros sobre el nivel del mar, en la bahía de Hércules, y alcanzó los 2.850 metros cuando llegó al centro geográfico terrestre del Polo Sur. En alguna ascensión el trineo poco menos que se puso recto, desafiando las leyes físicas.
Con la comida justa
Chus Lago llegó a la línea de meta justa de provisiones. El frío y el desgaste de muchas jornadas le hicieron tirar de una despensa de 30 kilos que estaba pensada para un mínimo de 55 días y un máximo de 60. Al final necesitó de la media mayor y eso se dejó sentir en unos víveres donde las calorías y el agua eran la clave para mantener el cuerpo en condiciones. Llegó a su objetivo debilitada y más delgada.
58 días y una noche
El pasado 2 de enero, en el Gran Plateau, en la antesala del Polo Sur, se hizo de noche. Las nubes, oscuras y pesadas como jamás las había visto, dejaron en penumbra la Antártida. Fue el único momento en dos meses en el que la oscuridad le ganó la batalla a la luz, y eso que las nubes fueron compañeras de viaje de principio a fin. De una travesía inolvidable.
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