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7 feb 05
Cinco uruguayos viven todo el año en la Antártida por voluntad propia
¿Quién se iría un año a la Antártida, soportando sensaciones térmicas de cincuenta grados bajo cero?. Cinco uruguayos que viven en la Base Científica Antártica Artigas lo hacen por voluntad propia
"Yo lo hago por la parte económica", confiesa sin tapujos José Luis Suárez, cocinero de 44 años, con 20 en el Ejército y padre de tres hijos.
Es la tercera vez que se presenta voluntario para encargarse de la alimentación de los ochos habitantes de la base uruguaya en el continente blanco.
Con lo que ganó la primera vez dio la entrada para comprar su casa; con lo de la segunda, saldó la hipoteca. "Y ahora vuelvo a tener deudas, pero con lo que gano aquí en tres meses, las liquido", explicó.
Y no es para menos. Trabajando en Montevideo, Suárez percibe 4.850 pesos mensuales (unos 180 dólares). En la base obtiene 50 dólares diarios.
"Yo lo hago por la vieja... por la vieja necesidad", dijo sonriendo "Tuerca" o Alfredo Silveira, un divorciado, de 50 años y con dos hijas, apodado así porque es el mecánico de la base.
Este año "Tuerca" repite su experiencia, pero su compañero y electricista Juan Alvarez (42 años, casado y con una hija), que admite que también viene por dinero, le lleva ventaja: es la cuarta vez que se presenta como voluntario, aunque la primera que se va a quedar un año.
A pesar de la "vieja necesidad", todos afirmaron con rotundidad que la experiencia les fascina.
"A mí me encanta la Antártida. Con esta vez, completo la experiencia", subrayó la doctora María Silva Peruggia, madre de dos hijos, que va a pasar su primer verano pero ya completó todo un invierno meridional y la primavera en la base por voluntad propia.
José Luis prepara exquisitos manjares con las limitaciones propias de disponer de víveres para cinco meses sin posibilidad de repuesto.
Algunos de los elementos más deseados son las verduras frescas, que en la base, a menos que haya llegado un cargamento, son inexistentes.
La colaboración entre las bases es "muy buena", relató el teniente coronel Carlos Cabara, quien vivió un año como jefe de la misión.
En el "barrio", como llaman los residentes a la zona de la Isla Rey Jorge donde está ubicado el asentamiento -a 150 kilómetros del Círculo Polar Antártico-, se encuentran también las bases chilena, rusa, china, coreana, argentina, alemana, brasileña y peruana.
Cuando un avión aterriza en el aeropuerto chileno Marshall -el único en la isla-, siempre trae personal, material o víveres para otras bases, que, en verano, organizan el "mundialito".
"Todas las bases se juntan en Chile (en la Arturo Frei). Antes jugábamos al fútbol pero se paró por las duras confrontaciones entre nosotros -explicó "Tuerca" bajito y con cara de vergüenza-. Ahora jugamos al baloncesto, al voleibol o al tenis de mesa".
A tres o cuatro kilómetros de la base uruguaya, en la playa, hay seis tanques de combustible propiedad de la base rusa.
Rusia cede uno de ellos a Uruguay y el buque Vanguardia lo llena una vez al año con 170.000 litros de gasóleo que sirven para abastecer los dos generadores y los dos vehículos de la base.
El agua la obtienen del Lago Uruguay, situado a escasos 50 metros de la base y de donde mediante un sistema de bombas sumergibles se extraen 474.500 litros anuales.
Precisamente, ahora un equipo de la empresa estatal de agua está trabajando en la substitución del sistema de aprovisionamiento para convertirlo en automático.
"En la Antártida ver el sol es casi excepcional" en el invierno, explicó Fernando Torena, miembro de la Fuerza Aérea y meteorólogo de la base durante el periodo noviembre-marzo.
En invierno, a mediados del año, las condiciones son realmente extremas, con temperaturas que pueden llegar a los -20 grados y con una sensación térmica de -65 grados.
"La sensación térmica se produce por causa del viento: a más velocidad, más rápida es la absorción del calor humano", destacó el meteorólogo.
Esto significa que si la temperatura es de 7 grados bajo cero pero sopla un viento de 33 nudos (64 kilómetros/hora), la sensación térmica es de -33 y en un minuto las partes expuestas pueden congelarse.
La fosa séptica se vacía cada dos años y se traslada por barco a Montevideo.
El mismo destino tiene la basura que se genera, aunque antes es reciclada por el buzo Jaime Vega, de 27 años, encargado además de sacar y volver a colocar un mareógrafo, que controla la intensidad y características de las mareas.
"Aquí el principal objetivo es la investigación científica. Nosotros colaboramos para que los proyectos salgan", concluyó Suárez mientras le lanza trozos de carne cruda a la skua (pájaro marino) "Pancha", una de las decenas marcadas por los ornitólogos.
(EFE)
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