Publicado en la Nueva España
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14 nov 05
Oviedo, Marcos PALICIO
La Semana de montaña «Ciudad de Oviedo» reservó el plato fuerte para el final. O al menos fue el de la clausura, ayer, el que los espectadores estuvieron especialmente interesados en degustar. Jorge Egocheaga tiró de poder de convocatoria para dejar escasas las butacas de la sala de cámara del auditorio Príncipe Felipe, que asistió más que llena al repaso visual que el montañero ovetense dio a sus cuatro grandes ascensiones del año. Con proyección de diapositivas y acompañamiento musical revivió sus conquistas de 2005, las del Monte Vinson y el McKinley, lo más alto de la Antártida y Alaska, respectivamente, dentro del proyecto de las «siete cimas», y el Nanga Parbat y el Shisha Pagma, los dos «ochomiles» con los que Egocheaga suma cinco ascensiones a las montañas más altas del planeta.
Aprovechando que, de grado o por fuerza, acometió tres de ellas en solitario -con la única excepción del Nanga-, Egocheaga le dio a su parlamento un título que de algún modo resume su mirada sobre las montañas. Pero sus «Momentos de soledad», quiso aclarar, no casan con el egoísmo por la certeza de no estar nunca solo en los méritos. «Las cumbres», dijo pensando sobre todo en la del Nanga, adonde partió con una expedición asturiana aunque únicamente llegase él hasta la cima, «no son sólo de una persona, pertenecen a toda la expedición, así que la cumbre no es sólo mía».
El médico y alpinista ovetense fue recorriendo las cuatro expediciones con la ayuda de sus fotografías y ofreció un resumen de su filosofía al llegar a la última. Comentaba la cumbre del Shisha Pagma -una enfermedad le quitó allí la compañía de Iñaki Ochoa- y sintió que «estaba donde quería estar. Y estar ahí solo me llenaba interiormente, porque es eso, calma en mi interior, lo que busco en las montañas». Él, que tanta compañía tuvo ayer en el auditorio de Oviedo, redobló el elogio del alpinista solitario recordando haber pasado este año «muchos días sin ver a nadie y sólo algunos, muy pocos, momentos de soledad».
Su relato, hecho de imágenes sólo brevemente interrumpidas por los comentarios del protagonista, fue cronológico y empezó hace casi un año, en la Antártida y en los nueve días de soledad que Egocheaga pasó en el océano nevado con sus 24 horas de luz solar siempre idéntica. Allí holló el Vinson y pisó por primera vez la rebautizada cumbre «Principado de Asturias». Siguió en Alaska buscando, a 48 grados bajo cero de frío «soportable», un McKinley no tan solitario, «más transitado que El Corte Inglés el primer día de rebajas». De allí al Himalaya, dos veces, primero volviendo a Pakistán, «uno de mis países preferidos», para arriesgar, reconoció, hacia la cumbre del Nanga Parbat: «Sólo espero que mis compañeros también sientan haber estado allí». Y final en el Tíbet, hace poco más de un mes, para encontrar «calma» a más de 8.000 metros en el Shisha Pagma.
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