Turismo en la Antártida
Por W. Fontes
Montevideo, noviembre de 2005
¿Es posible hacer turismo en la región más inhóspita del planeta? La respuesta es sí, y esta actividad, se está transformando además en una actividad muy lucrativa, que ha interesado a poderosos inversores y movilizado proyectos que pretenden sacar réditos de esta floreciente industria sin chimeneas.
Las primeras experiencias turísticas en estas regiones, fueron llevadas a cabo por visionarios empresarios de Chile y Argentina, quienes en la década del 50 organizaron los primeros viajes, transportado más de 500 pasajeros.
En una época en que los términos ecología y conservación ambiental eran desconocidos esa actividad se desarrolló sin limitaciones, hasta que en 1989 el buque de abastecimiento y turismo, ARA Bahía Paraíso, de la Marina Argentina, naufragó en el mar de Ross causando un derrame de combustible.
Afortunadamente, la rápida intervención de las autoridades, evitó que el naufragio provocara un desastre ecológico irreversible, el combustible derramado fue aspirado, y se minimizó el daño.
Este accidente hizo tomar conciencia del peligro de aventurarse en esas latitudes sin la preparación adecuada, y a partir de ese momento la actividad turística masiva, sufrió un receso.
Sin embargo, el interés del público por los destinos exóticos seguía estando presente y la actividad se continuó realizando.
En 1991 se fundó la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO) con la finalidad de promover una práctica responsable de las actividades privadas en la región austral, que protegiera al medioambiente antártico de manera sustentable.
De esta manera, los operadores turísticos están protegiendo la gallina de los huevos de oro, es decir, manteniendo el entorno antártico en las condiciones actuales, se aseguran el seguir teniendo clientes para su actividad comercial, y además cumplen una función social importantísima, que es difundir el conocimiento de la Antártida, a través de lo que se conoce como ecoturismo o turismo ecológico.
El turismo es una actividad lícita dentro del Área del Tratado Antártico, y junto a la pesca son las dos actividades comerciales permitidas en la Antártida. El Protocolo de Madrid, vigente desde 1998, declara a la Antártida como un continente dedicado a la paz y a la ciencia, reconoce su existencia al establecer que los mecanismos de protección ambiental se deberán aplicar tanto a las actividades gubernamentales como a las no gubernamentales, recreativas y turísticas.
Esta legalidad y el interés comercial han sido una excelente combinación para la actual coyuntura, en un mercado donde los turistas con adecuado poder adquisitivo, temen por su seguridad en regiones que antes fueron paraísos turísticos, y encuentran en los mares australes una opción diferente y atractiva.
El costo de un crucero de siete días que zarpe desde Ushuaia (Argentina) o Punta Arenas (Chile), llegando hasta la Península Antártica, cuesta unos 2.000 dólares o menos.
Los buques que realizan estas excursiones cuentan con todos los recursos de la moderna tecnología que garantizan el confort de los viajeros.
Existen otras opciones un poco más costosas que incluyen desembarcos en las bases científicas establecidas en las Islas del Archipiélago de las Shetland del Sur, o visitas a lugares de especial interés como ser la Isla Decepción, un oasis cálido en el océano antártico, que permite a los visitantes tomar baños termales en las aguas del cráter volcánico que es la bahía en la cual los buques fondean.
Hay opciones más complejas que permiten que el amante de las aventuras extremas escale montañas en el interior del continente antártico, competencias de maratón entre los hielos, y la lista podría extenderse hasta donde la imaginación alcance.
Actualmente la región más austral de América del Sur se ha convertido en la principal puerta de entrada al continente blanco. Esto es debido a la cercanía entre Tierra del Fuego y la Península Antártica, unos 1000 kilómetros, y además por la infraestructura establecida en la región.
Chile ha apostado fuerte al ingreso al continente blanco por la vía aérea. Para ello aprovecha el aeropuerto Marsh, establecido desde 1980 en la Isla Rey Jorge.
Desde esa Isla, es posible reabastecer buques, embarcar pasajeros, que se evitan el riesgoso cruce del estrecho de Drake, donde se producen las mayores tempestades marinas, y acceder directamente a las bellezas naturales, en una Antártida que en esa zona se está poblando cada vez más, pero que a la vez mantiene las características prístinas que los países miembros del Tratado Antártico se esfuerzan por mantener.
Argentina, por otro lado ha apostado al puerto de Ushuaia, que por su privilegiada posición de ciudad más austral del mundo, permite ser la escala obligada de cualquier buque que se aventure en estas regiones.
La desventaja que tienen estas localidades australes, es la falta de servicios, que solo existen en las grandes urbes o en los centros culturales más importantes.
Para compensar esto, Chile ha establecido la sede del Instituto Antártico Chileno (INACH) en Punta Arenas. En ambas localidades además se han instalado servicios logísticos que apoyan la actividad de cruceros y buques polares... pero sin embargo la opción del respaldo cultural que otorgan los importantes centros de estudio, los laboratorios, etc. sigue estando lejos, en Santiago de Chile, en Buenos Aires, en Montevideo.
En la región de Oceanía, esto está resuelto de diferente manera. Los puertos que facilitan el acceso a la Antártida, Hobart en Australia y Christchurch en Nueva Zelanda, son a la vez centros culturales.
Esto facilita la interacción del crucero turístico típico, con la del científico, el investigador, y el aventurero.
La distancia, la lejanía de las facilidades de Oceanía, con respecto a los puntos de residencia de los turistas y aventureros con poder adquisitivo, juega en su contra.
La puerta de entrada lógica a la Antártida vuelve a ser América del Sur, y particularmente la vía que une Europa, a través del Océano Atlántico, con la Península Antártica, pasando por Tierra del Fuego.
Esta vía, aún no explotada del todo, posiciona el eje Montevideo, Tierra del Fuego, Islas Shetland del Sur, como la vía con más posibilidades, por reunir las condiciones de ser la más corta, la que tiene la posibilidad de reunir las actividades culturales y científicas, más la facilidad logística.
De hecho actualmente una flota rusa de buques de abastecimiento y turismo antártico está operando basada en Montevideo.
Esto ha sido visualizado por las autoridades del Instituto Antártico Uruguayo (IAU), quienes han propuesto un proyecto denominado “Turismo Científico Antártico”, con la intención de acercar a los que desean conocer la Antártida, con la posibilidad de que a través de su aporte, puedan financiar proyectos científicos de investigación, y a la vez se transformen en difusores de lo que conocieron, siguiendo el concepto de la definición de ecoturismo: conocer para proteger.
En el reciente Simposio realizado en Montevideo, sobre actividades e investigación científica en la Antártida un panel de expositores discutió la viabilidad del proyecto y el mismo despertó un inusitado interés en el público participante, muchos de ellos ecologistas y ambientalistas.
Este proyecto lleva un año de análisis y pruebas y fue presentado en la última Reunión Consultiva del Tratado Antártico realizada en Junio de este año 2005 en Suecia.
Allí contó con la aprobación de los Miembros Consultivos del Tratado Antártico, y surgió la denominación de “Uruguay, Portal a la Antártida”.
Esta idea de Uruguay, y más precisamente Montevideo, como portal antártico, no es algo utópico. En estos días ya ha comenzado la temporada de cruceros, y cualquiera que llegue hasta el Puerto de Montevideo, puede comprobar la presencia de fastuosos cruceros con turistas de alto poder adquisitivo, que a partir de este año, tomarán la Capital uruguaya, como escala, para luego partir al Sur, a las Islas Malvinas, a Tierra del Fuego, y eventualmente a la Antártida.
Según estimaciones de la IAATO, desde 1990 hasta la fecha, unas 150.000 personas han visitado la Antártida. Unos 15.000 turistas la visitan cada verano, y se prevé que esta cifra continúe en aumento.
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