martes, agosto 03, 2004

Cronicas de Antartkos 2

CRONICAS DE ANTARKTOS
Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Publicado en Papel en UNOMASUNO de México.
http://waldemar.tripod.cl/cronicasdeantarktos/id2.html

Es cierto que adentrándose en la Antártida, el sol reviste de contornos mágicos las formas que brotan de raíces ocultas en la gran llanura blanca. Estas lejanías, apenas entrando en los hielos permanentes, a mi parecer, son una forma física de inspiración profunda. Sin embargo, la literatura es parca con la zona. Entre los escritores extranjeros, pienso en Edgar Allan Poe, que fue uno de los primeros que entró en espíritu al lugar (por supuesto que los escritores no necesitan ir a los lugares para hablar de ellos. Debe ser la razón de que al visitar durante años puros científicos la Antártida casi toda la literatura que existe es técnica). En el caso de Poe, recorría no sólo el terreno de la fantasía sicológica sino también le servía de liberación recorrer horizontes geográficos que nunca jamás pisó. En sus "Aventuras de Arthur Gordon Pymn", 1837, el protagonista embarca en la costa oeste norteamericana y llega en su bote hasta el extremo sur de América. Le suceden muchas aventuras hasta que es salvado y reintegrado a su hogar, sin novedad; ha "verificado" que la Antártida está habitada por hombres completamente negros, lo que contrasta con la blancura total del lugar; donde la luz es tan intensa que impide mirar y afirma que en el polo mismo hay una inmensa catarata "cayendo -dice- silenciosamente en el mar desde alguna inmensa y lejana muralla que se alza hasta el cielo".
Aún antes, en 1692, Jacques Sadeur, escritor francés, publica "Aventuras en el descubrimiento y viajes a la tierra Austral", donde dice: "Los australes son hermafroditas y se aman con amor cordial y no aman al uno más que al otro". Luego agrega: "Nunca percibí reproches, querellas ni animosidades... no saben lo que es mío y lo que es tuyo". El lugar lo describe "hacia el polo sur donde se encuentran prodigiosas montañas, más altas e inaccesibles que los Pirineos". La obra rescata ideas fantasiosas alimentadas por el desborde de los cartógrafos flamencos al servicio de España, encabezados por Ortelio y Mercator, que en sus mapas hacen aparecer ríos, montañas y largas costas que unen el sur de Chile con la nueva Guinea.
También paralelamente Julio Verne y Emilio Salgari se ocupan de la zona. Verne, que ha hecho navegar al Capitán Nemo a bordo del Nautilus, bajo los hielos, en sus "Veinte mil leguas de Viaje Submarino", dedica a E. Allan Poe una poco conocida novela titulada "La Esfinge de los Hielos", en 1897, donde en realidad continúa el viaje imaginario por el polo mismo. Emilio Salgari en "La estrella de la Araucanía", describe a una Punta Arenas, antiguamente conocida como "Puerto del hambre", como "una tierra de horrible aspecto... pródiga en tremendos huracanes... de abismos espantosos...". Pero también, un lugar que oculta "considerables riquezas". "El oro abunda en todas partes en forma de hijuelas y pepitas, algunas de los cuales llegan a pesar 50 gramos". Aunque el lugar está habitado por "tribus belicosas y, hasta hace pocos años, antropófagas". También Salgari publica "Al Polo Sur en Bicicleta", relato de tres amigos en un aparato de ocho ruedas con pedales y un pequeño motor a petróleo... En "La Isla de los Pingüinos", Anatole France escribe:
"La reverberación de los hielos polares había cegado los ojos del anciano, pero una débil claridad se filtraba aún en los párpados cansados. Distinguió bultos animados que se oprimían en filas sobre las rocas, como una muchedumbre humana en las galerías de un anfiteatro... creyó hallarse ante hombres que vivían según la ley natural, supuso que el Señor le acercó a ellos para que les revelara la ley divina y los evangelios... y luego los bautizó... Al saberse en el Paraíso que los pingüinos habían sido bautizados, la noticia ni alegró ni apenó a nadie, pero preocupó a muchos".
Una descripción un tanto más templada es la del norteamericano Hermán Melville
con su inquietante "Benito Cereño": "En la bahía Santa María, una isla pequeña, desértica, deshabitada del extremo sur, todo era gris. Callado y en calma, pero sobre todo, gris".
Pero hay ocasiones que, de tomarse por ciertas, las ficciones pueden llegar a ser peligrosamente decisivas para la realidad. Horace Warpole, el ex primer ministro inglés, describió a una Patagonia habitada por gigantes. Pero que, "si son dueños de un imperio rico y floreciente, creo que deben ser subordinados a su majestad. No en la misma forma que lo hicimos con Virginia, Carolina y otras, sino como una Compañía Indoccidental".
En el siglo XIX, la Antártida en el mundo era conocida solamente por unos pocos relatos de navegantes, entre ellos, destacan los escritos por exploradores, como el inglés Robert F. Scott, que rescató lo que vio en su "Diario". En su obra "El Polo Sur", antes el noruego Roal Amundsen había realizado igual tarea. Se dice que Poe, afirmándose en los datos de algunos de estos exploradores (en especial Scott) y guiado por su intuición artística comenzó a germinar su "Gordon Pymn". En lo personal, en este paisaje antártico que comienzan a ver mis ojos, me siento entrando a otro mundo en este mundo, más brillante, casi transparente de locura refinada; también el adentrarme en esta tierra que brota clarísima del agua más azul que pueda verse, que empequeñece al hombre pero también le inspira, me brota cierta sensación de fortaleza en el alma. Se me provoca a profecía una obra de H.P. Lovecraft, "En las montañas de la locura", 1939, que se trata del Polo Sur resguardado tras elevaciones de 10.000 a 12.000 metros donde se ocultan, luego de 40 millones de años, los primordiales, seres venidos de otros planetas cuando la tierra era joven. El lugar de espanto que imaginó Lovecraft se transmutó en uno de maravillas, según el almirante Richard E. Byrd, curiosa conjunción de marino distinguido, explorador audaz y poeta pionero de la Antártida. En cinco expediciones, a partir de 1929, Byrd entregó a la humanidad el conocimiento más completo de la geografía del continente helado. Llevó su experiencia hasta el último extremo y decidió quedarse solo, en una caverna de hielo durante seis meses invernales de total oscuridad, en lo más profundo de la meseta central, en la latitud 80º Sur. El vio las estrellas que nadie había visto, las que el sol impide ver con su luz.
En su libro "Soledad", el Almirante Byrd, cuando todos se han ido y queda solo en la caverna de hielo, escribe: "Todo ahora es mío, las constelaciones, hasta la tierra mientras gira sobre su eje. Sí, una gran paz interna y la alegría infinita pueden existir juntas". Y más adelante: "El día muere y nace la noche. Armonía, eso es lo que brota del silencio, un dulce ritmo, el acorde de una cuerda perfecta, tal vez la música de las esferas. El universo es un cosmos, no un caos, y el hombre forma parte de ese cosmos con tanta justicia como el día y la noche". Cuando el Almirante Byrd vuelve a la civilización luego de su experiencia colosal, declaró: "Una parte de mí quedó para siempre en los 80º08' de latitud sur; lo que sobrevivía de mi juventud, mi vanidad, posiblemente, y por cierto, mi escepticismo. Por otra parte, me entregó algo que no había poseído antes plenamente: la apreciación de la absoluta belleza y el milagro de estar vivo".
Sin embargo, son los escritores chilenos quienes más han aportado a la historia literaria de la zona, en especial desde la primera mitad del siglo XX. Citemos al diplomático y autor místico Eugenio Orrego Vicuña; su libro "Terra Australis" es una valioso aporte a la bibliografía chilena, tanto por su depurado estilo, como las enormes proyecciones futuras que el autor deposita en la Antártida cuando se sabía muy poco de ella; en las páginas el autor nos transporta a estos hielos polares y detrás de sus palabras nunca deja de fluir un halo de fe tanto en el creador como en ésta su obra blanca. Poco después, en 1955, Salvador Reyes publica "El continente de los hombres solos"; el mismo autor de libros como "Barco ebrio" y "Ruta de sangre", en que su acción o el protagonista es el mar, lo ubican (entre otros, junto a Luis Enrique Délano y el Gran Almirante Augusto D'Halmar) como líder de los escritores del mar; llega a ser Presidente del Círculo Antártico."El continente de los hombres solos" está escrito como diario de viaje; es una bitácora trascendente, amena, en que los detalles cotidianos cobran inusitada importancia cuando el hombre se enfrenta al entorno natural no sometido. Otro escritor diplomático que se ha ocupado de la Antártida es Miguel Serrano. En 1956 publicó "Alguien llama en los hielos": se le criticó el delicado vocabulario empleado por los marineros en el buque antártico; se le reprochó que era imposible que un maquinista se expresara en forma tan correcta como él lo expone en la historia; sin embargo, este reparo de orden formal no afecta en absoluto el fondo profundo ni el contenido metafísico de "Alguien llama..." que, a mi parecer, constituye uno de los libros más extraños de la literatura chilena, un aporte a la literatura universal y por supuesto a la mitología que rodea también a la Antártida. No consideramos aquí una enorme cantidad de folletos, artículos, folletos y otros escritos publicados en medios de Chile y el extranjero acerca del sitio, pero debemos citar el libro "Antártica Chilena" de Oscar Pinochet (Premio de Ensayo otorgado por la Municipalidad de Santiago de Chile en 1944), una obra que por sus méritos jurídicos y geográficos afianza los derechos de un país en forma incuestionable; es decir como libro no estrictamente literario logra, sin embargo, narrar una epopeya épica con cifras y coordenadas. Tampoco podemos dejar de citar "Los conquistadores de la Antártida" de Francisco Coloane, un libro que los chilenos leemos desde niños; el autor de "El último grumete de la Baquedano", estuvo en la Antártida y su experiencia le alcanzó elementos que manejados por una mano como la suya, nos legó una obra magnífica. Conocí a don Pancho Coloane en casa de la ilustre artista Inés Bordes, donde lo vi otras veces y pude conversarle: era un hombre cálido y sencillo como son los hombres sabios; sin embargo también era un hombre duro, a la manera de los hombres de los mares del sur, que se enfrentan a 365 aguaceros al año y le hacen punta al temporal con una sonrisa confiada, a pesar de todo. Hasta donde sabemos, en 1958, con la aparición de "Los conquistadores de la Antártida" se acaba la literatura escrita en el siglo XX inspirada por el sitio.
Un escenario único de agua en sus tres estados de las que muchos han saciado su sed, también espiritual, porque hubo quienes recrearon en la Antártica mundos fantásticos inventados a imagen y semejanza de sus sueños, y siguen haciéndolo, como los pioneros buscadores del Santo Grial en la Antártica. Ellos nos han acercado a la zona con maravillosas historias de aparecidos en los hielos: gigantes blancos, seres fantásticos horribles como los Pie de Sombra, o angelicales como Nuestra Señora de los Hielos, transitando en senderos abiertos tan blancos que ni se les ve entre la nieve; y caminos ocultos que llevan al Antarktos, la deidad única ante quien se hinca el rey del Mundo y los Antiguos que viven más abajo de los hielos desde antes del hombre.
Edgar Allan Poe en su "Narración de Arthur Gordon Pym, como la tradujo Julio Cortázar, rescata en su obra un elemento que forma parte misma de la atmósfera antártica: el misterio. El tema de la novela consiste en un largo viaje por mar que culmina en los blancos hielos del extremo sur. Allí los viajeros se encuentran con aborígenes negros, un pueblo desconocido para el hombre blanco, cuya condición provocará en estos una compleja confusión de sentimientos opuestos, donde la atracción y el rechazo se entremezclan. Las páginas finales son una carrera suicida que parece no llevar a otra parte que al terror de lo vago, a un remolino demencial cuyo término no se halla en ningún centro ni en ningún vértice. Las respuestas son demasiado tímidas, casi ingenuas; los misterios están por descifrarse, pero jamás se logra develarlos; pues, al final del relato, Poe comienza otra historia, otra narración. Una historia que, por supuesto, aún se está escribiendo.
En la narración, Poe nos señala aquello que provoca terror en los habitantes de Tsalal, isla cercana a la Antártica, ocupada por indígenas de piel negra: temían al blanco, la ausencia de todo color que llenaba toda aquella región y al desesperado grito de Tekeli-Li, pues es el presagio funesto de la manifestación de su exterminio. La última imagen de la narración es la aparición de un gigante blanco cuyas proporciones eran mucho más grandes que las de cualquier habitante de la tierra, visión aterradora que fulmina al negro Nu-Nu. ¿Quién es este ser? ¿Cuál es el origen misterioso de Nu-Nu, Tekeli-Li y los otros aborígenes? ¿Cuál es la alegoría que canta Poe oculta en la blancura de la nieve como fuente de espanto? Hay algo indicado: Existe una confrontación entre lo blanco y lo negro. Lo cierto es que las raíces del enfrentamiento novelado de Poe, tiene directa relación con la luz y las tinieblas, el día y la noche; es decir, la confrontación entre los opuestos complementarios. Que es, por lo demás, la fuerza que hace vivir el Universo en equilibrio, nuestros Polos Norte y Sur. Lo que está arriba y lo que está abajo, perfectamente ubicados, perfectamente unidos en un punto preciso donde se juntan: una fracción mínima que los Yogas Tántricos denuncian en la energía que impulsa el orgasmo. Lo que da nacimiento a todo. Es decir, la oposición no es absoluta, ya que blanco y negro tienen el mismo origen, obedecen a un mismo principio. Esto adquiere claridad cuando pensamos en el paisaje antártico, en que una base de avanzada diminuta, siempre pintada de colores muy oscuros para contrastar en la lejanía de los cerros de blancura, en que se hace visible desde distancias enormes. Dice René Guenón (en "Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada"): Negro y Blanco son expresiones de lo No Manifestado y de lo Manifestado, respectivamente. Sin embargo, esta regla tiene excepciones y, a veces, nos encontramos en la situación inversa; o sea, donde el negro corresponde a lo Manifestado y el blanco a lo No Manifestado. La Antártica, según nuestro Juicio, sería uno de estos casos excepcionales. El blanco polar es lo No Manifestado, el velo que esconde el Secreto.
Es cierto que el color blanco de todo es lo más impactante en la Antártida. Y es una singularidad que llama la atención de todos. El escritor norteamericano Herman Melville, por ejemplo, en su novela "Moby Dick la Ballena Blanca" dedica todo un capítulo a la blancura de la ballena. Este capítulo es una suma de pensamientos en relación al blanco de aquella ballena y a las emociones que éste provoca. El principio sobre el cual se sustenta Melville es el mismo sobre el que se basan las ideas de Poe y Lovecraft; a saber, el miedo humano hacia el blanco: Lo que me anonadaba sobre todas las cosas era la blancura de la ballena. El autor mencionará a muchas otras bestias de blanco: el oso polar, el tiburón blanco, el albatros, cuyo no-color hará que la sangre se le enfríe solo con su presencia. ¿Cómo es posible que este color que representa la espiritualidad, el propio velo de la deidad cristiana, según Melville, sea a la vez un signo de profundo horror? El blanco antártico, en la obra de H. Melville, es lo indefinido, lo que es y lo que no es, y también lo dual, lo misterioso por antonomasia. La sensación de estar pisando un velo blanco misterioso que oculta otro misterio enorme. En la página final de Narración de Arthur Gordon Pym, escribe Poe: Muchos pájaros gigantescos, de una blancura fantasmal, volaban continuamente viniendo de más allá del velo blanco, y su grito, mientras se perdían de vista, era el eterno ¡Tekeli-li!. Todo en la novela de Edgar Allan Poe induce a cantar el blanco antártico como un símbolo de terror y, por consiguiente, de misterio.
En otras apreciaciones de la influencia del color blanco antártico en el mundo, hay quienes la entienden como indicación de códigos morales y sociales. Julio Cortázar, en el prólogo de su traducción de Poe indica: La lucha entre lo blanco y lo negro que se representa en "Narración de Arthur Gordon Pym", es una manifestación del pensamiento racista de Poe, quien no disimuló jamás sus opiniones en favor de la esclavitud. El pensamiento racista de Poe está asociado con una posición muy crítica contra la democracia: Odiaba a la Turba y despreciaba la democracia, señala Ferrari y Baudelaire, en el prólogo de Nuevas Narraciones Extraordinarias de E.A. Poe, citando un pensamiento que revela la filosofía política de Poe: El pueblo no tiene nada que ver con las leyes, si no es obedecerlas.
El chileno Miguel Serrano, escritor y viajero, es autor de obras como "Ni por Mar ni por Tierra", "La Serpiente del Paraíso", "El Círculo Hermético", "Elella, Libro del Amor Mágico", "Nietzsche y la Danza de Siva" y "Las Visitas de la Reina de Saba", con prólogo de C. G. Jung. El mito antártico adquiere en su obra la mayor fuerzas en dos libros: "La Antártica y otros Mitos", Santiago, 1948 y el ya citado "Quien llama en los Hielos", Santiago, 1957. El primero de ellos es la transcripción de una serie de conferencias dictadas en Santiago, y su portada es reveladora: un dibujo de un gigante bicorne alado emergiendo de las blancas nieves y portando un tridente. Desde el comienzo, Serrano hace gala del sincronismo que mantiene con Poe. El relacionará numerosas leyendas antárticas: los bellos relatos de los Onas (antiguos habitantes de La Tierra del Fuego), la leyenda de la Virgen de los Hielos, el continente perdido de Lemuria, el gigante de Poe y, aún, la atrevida idea que Adolf Hitler, su cuerpo congelado, mora en el frío Antártico. En su obra rescata también otros misteriosos moradores de las nieves eternas. Serrano conoce el relato de Poe y señala en relación al Gigante Blanco: Es que Poe conocía la leyenda de los Sélcnam sobre los Jon que habitan la Isla Blanca. El mismo Serrano (en La Antártica y otros mitos) narra quienes son los Jon y a qué se refiere cuando habla de Isla Blanca; allí explica que los antiguos Onas (los sélcnam eran sólo una tribu Ona) creían en la existencia de los Jon: humanos de casta aristocrática dotados de facultades sobrenaturales y poseedores de los Misterios: Fueron los Jon, magos sélcnam de la Tierra del Fuego, los que conservaron los secretos enseñados por Quenós y los que aun se inmortalizan embalsamándose dentro de los hielos del sur, para resucitar renovados en el más lejano futuro. Dicen también los sélcnam, que es en el Sur, allá, en esa "Isla Blanca que está en el Cielo" donde moran los espíritus de sus antepasados, haciendo una vida libre de preocupaciones. Todo indica que la Antártida es la Isla Blanca de la que hablan las viejas leyendas Onas, cuya cosmogonía indica en el lugar seres fantásticos, y una entidad que bajó del círculo rojo del cielo y mora con los Antiguos más abajo del manto blanco.
La inquietante posibilidad de que exista una entidad no-humana en la Antártica, la registra también Serrano (en La Antártica y otros mitos): Sin embargo, en ese continente del reposo y de la muerte alguien vive. Un prisionero se agita, teniendo por medio habitable el fuego ardiente y eterno. En "Quien llama en los Hielos" anota: Yo he visto a ese ser, a ese Ángel negro: ahí, en su recinto del Polo Sur. Es en una inmensa cavidad oscura donde reside... Espacios enormes, sin límites, livianos y deprimentes a la vez, que se extienden, con seguridad, por el interior psíquico de la tierra, debajo de los hielos eternos. Y así se mueve el Zinoc... Asciende o desciende, hasta el extremo de esa cavidad y, desde ahí, se arroja a una velocidad vertiginosa en demanda de su otro extremo, de su final inalcanzable. Toda la eternidad lo ha pasado en este esfuerzo, cayendo de cabeza, tratando de alcanzar el lugar antipódico del que ha sido proscrito en el comienzo mismo de la creación. El norte es su sueño, su anhelar profundo y su mayor sufrimiento. Y citemos al mismo Serrano respecto la vinculación entre los colores y la Antártica: Existe además una relación entre el color y el polo. Los pájaros negros tienden a desaparecer de estos mares y les es muy difícil alcanzar las latitudes extremas de la Antártica. En cambio, las aves de plumaje blanco soportan el frío mucho mejor. En "Quien llama en los Hielos", relata un sueño, en el cual un misterioso ser le dice: La inmortalidad se logra entre los hielos -me respondió- y se consigue helándose. No soy nadie, ni nada puedo hacer ahora. Tu gran combate será con el Ángel de Sombras. Serrano destaca sobre todo la tradición de los Onas en sus conferencias sobre los Mitos de la Antártica, para insinuar posibles claves: Fue Quenós quien empezó a crear la tierra, de arriba abajo. Pero antes, con arcilla blanca modeló a los Hohuen, seres gigantescos y transparentes como ángeles. Apenas creados, los Hohuen comenzaron a luchar entre ellos. Sin embargo, no podían morir. La mitología Ona señala que los Hohuen (los Antiguos) fueron creados con hielo. Esto, en verdad, señala su origen geográfico: la Antártida.
He aquí los mismos rasgos arquetípicos de los Antiguos en la obra de Howard Philips Lovecraft: seres de gran tamaño, poderosos, belicosos, no-humanos e inmortales. Lovecraft en En las Montañas de la Locura anuncia, luego que hubieran llegado de su mundo remoto en las estrellas: Se fundaron nuevas ciudades terrestres, las más importantes de ellas en el Antártico, ya que aquella región, escenario de su llegada, era sagrada. A partir de entonces, el Antártico fue como antes el centro de la civilización de los Antiguos, y todas las ciudades construidas allí por la prole de Cthulhu fueron destruidas. Más adelante, el narrador de la novela de Lovecraft indicará que los mapas encontrados en la vieja ciudad polar muestran que las ciudades de los Antiguos en la época pliocénica se hallaban en su totalidad, por debajo del paralelo 50 de latitud sur". Según las crónicas, el pasadizo que unía el continente blanco con el sur de Chile y Argentina. En En las Montañas de la Locura", trata de las aventuras de una expedición científica a la Antártica, pero, el protagonista, antes de iniciar su relato, insiste en advertir a los posibles lectores que aquel continente no debe ser horadado por mano alguna, no vaya a ocurrir que se despierten horrores que no deben ser liberados. El horror que no debe ser perturbado es la raza de los Antiguos y sus esclavos, los Shoggoths. En la mitología lovecraftiana, los Antiguos son horribles deidades que bajaron desde el cielo y que hicieron de la Antártica su primera base. Estos gigantes de cabeza en forma de estrella crearon al hombre y también a los Shoggoths, torpes bestias de carga, sumisas en un comienzo, pero que más tarde fueron capaces de conducir una rebelión en contra de sus señores. Es difícil sustraerse a la tentación de comparar esta emancipación con el combate bíblico entre Dios y sus Ángeles fieles contra el Primer Rebelde, Lucifer o Prometeo. Los Antiguos se defenderán de esta amenaza por medio de un arma devastadora: Los Antiguos utilizaron unas curiosas armas de perturbación molecular y atómica contra los entes rebeldes, y al final abrazaron una completa victoria. La narración hace turbadoras referencias a un libro espantoso de saber prohibido: El Necronomicón, del árabe demente Abdul Alhazred. Este obscuro texto es un elemento clave en la narrativa de Lovecraft, es la fuente de su cosmogonía y de su teología. El Necronomicón habría sido consultado por algunos de los miembros de la expedición antártica, especialmente por Danforth, que era un estudioso y un gran lector de temas extraños que había hablado mucho de Poe, además él era uno de los pocos infortunados que había tenido el valor para examinar en forma exhaustiva el condenado libro. Danforth, se referirá en repetidas ocasiones al Necronomicón y hará tímidas referencias sobre la posibilidad de que la oscura Meseta de Leng, aquella tenebrosa región, cuya ubicación ni el mismísimo Alhazred fue capaz de precisar, en verdad sea un antiguo nombre para señalar la Antártica. Más que la narración en sí misma, al igual que en la obra de Poe y Serrano, la atmósfera de terror de la novela está dada por el paisaje y por el ambiente urdidos por la pluma de Lovecraft. En efecto, él fue siempre fiel a un principio según el cual lo más importante en la literatura de terror no es tanto la trama, si no el ambiente o la atmósfera que crea el escritor y los sentimientos y sensaciones que transmiten el lector. Angela Carter, en un excelente estudio acerca del escritor, ha señalado que la Antártica de Lovecraft es el más terrible de todos sus paisajes. Este desolado reino del hielo, el lugar de donde le llegaba la niebla y la muerte al viejo Marinero de Las Montañas de la Locura es, al mismo tiempo, una versión realzada de la Antártica real, y una visión de la aborrecible meseta de Leng, el techo del mundo, donde la pluma de Lovecraft nos permite sentir incluso el paso del fío viento polar: El terrible viento antártico soplaba a intermitencias, y su cadencia tenía para mí un vago sonido musical, semejante al eco de unos caramillos silvestres, que por algún motivo ignorado me parecía inquietante e incluso amenazador. Sus elementos son este viento, la soledad, la lejanía, las leyendas, el hielo, el olor y, por supuesto, los habitantes de ese yermo, que ocultos en la blancura no están muertos, si no que esperan ser despertados de su sueño conjurado. El título de la novela se refiere particularmente a la gigantesca cordillera donde se hallan las colosales ruinas de las ciudades de los Antiguos, una región de alturas imposibles de alcanzar por la mente y los sentidos de un hombre normal y donde lo asombroso es la regla. Adentrarse en aquellos lugares significa penetrar en el subconsciente; eterno océano cósmico de arquetipos: Era como si aquellos chapiteles de pesadilla constituyeran el umbral que daba paso a prohibidas esferas de ensueño, a complejos abismos de tiempo, espacio y ultra dimensionalidad remotos. Un mundo enorme que empequeñece de inmediato al hombre. Aquellos exploradores de la fría Antártica, sentirán esta molesta sensación de insignificancia, y entre aquellos que poseen un nivel más alto de comprensión, como es el caso de Danforth, enloquecerán. Al final serán ahogados por la terrible inmensidad y la devastadora opresión de la soledad en las turbulentas aguas de la locura. Otro elemento de horror es el misterioso grito que ya habíamos mencionado cuando es citado por Edgar Allan Poe. Sí, el temible ¡Tekeli-li! Las palabras de Poe se transforman por medio de la magia de Lovecraft en el pájaro que avisa la muerte, el misterio cargado de amenazas. Pues es el encuentro con el horror más terrible: la voz misma de los Shoggoths. Danforth que conocía la obra de Poe, dirá que estaba interesado debido al escenario antártico de la única novela larga de Poe: la desconcertante y enigmática narración de Arthur Gordon Pym. Como vemos, la literatura de Poe es el punto de referencia para Lovecraft. También coinciden señalando a la Antártida como el lugar donde hicieron su entrada los Antiguos. El Polo Sur es la Puerta. Desde allí las huestes luciferinas ascenderán hacia el Polo Norte, hacia la mítica Hiperbórea, en un camino de representación de la ascesis esotérica aplicable a la salud humana con técnicas de gimnasia por los distintos chakras corporales y que es la vía de toma del poder divino, precisamente lo que el Demiurgo castigó. Miguel Serrano en una entrevista dijo: La Tierra es un astro, un ser vivo, que está aquí, que tiene sus distintos órganos, y la parte correspondiente al sur del mundo, y al Polo, corresponde a los órganos sexuales. Así, el Polo Sur -que es el sexo del mundo- es la guarida de los Antiguos. Y aunque hayan ocupado también otros territorios, volverán allí a construir sus ciudades. René Guénon, en una crítica a la interpretación de Eliphas Levi sobre el Infierno de Dante, dice: Esto es cierto en un sentido, puesto que el monte del Purgatorio se formó, en el hemisferio austral, con los materiales arrojados del seno de la tierra cuando la caída de Lucifer cavó el abismo.
Esta intuición de algunos escritores se inicia con la idea sobre la presencia de una Tierra Austral según declaró el sabio griego Pitágoras de Samos, quien sostuvo que nuestro planeta era una esfera y que por simetría debería haber, además de la que él conocía, otra tierra más al sur, la que luego se denominó Terra Australis Incognita, que compensarían a las tierras heladas del norte, conocidas como Arktos, que en griego significa Oso y hace referencia a la constelación de la Osa Mayor, la que sólo es posible observar desde el hemisferio norte, y también a la presencia de osos polares. En contraposición, nace el término Antarktos. formado por la partícula privativa ANT que significa Opuesto a y la palabra Arktos ya conocida. Al escribir en castellano Antártica se está diciendo que es el continente sin osos y que es el lugar opuesto al Artico, el Norte. Desde entonces varios escritores reconocen al Polo Sur como Puerta y Guarida de los Antiguos, señalando algunos que pudieron haber pertenecido por tradición a una corriente determinada de pensamiento filosófico y social, o iniciados en el esoterismo. Sin embargo, nos negamos a creer que la imaginación del hombre tenga que ver con hermandades secretas. La poderosa intuición en ellos fue haciéndose lúcida a través de sus lecturas y a la justa interpretación de los mensajes que le llegaban del mundo de sus sueños, de donde salen aquellos inventos realizados por el puro placer de inventar.
El viaje externo realizado por quien visita la Antártida se hace también un viaje interior. El viaje hacia el Centro del Sur, el Polo Sur, es la senda conductora al Centro del Mundo Inconsciente. De allí su dificultad: verse arrastrado en las turbulentas aguas de los sueños, de miedos y traumas, o distraído por ciertas delicias engañosas. Esta turbadora realidad ha quedado representada en las páginas finales de En las Montañas de la Locura, donde Lovecraft narra escenas que transcurren en vertiginosos laberintos bajo tierra, sitios donde serán descubiertos el narrador y el joven Danforth por un Shoggoth, el cual viene a significar el enviado del Rey del Mundo, que mora bajo los hielos pero que puede cambiar incluso el karma de los seres que viven en el exterior del planeta. El milenario Antarktos, que a semejanza del Minotauro, está ubicado en el centro del laberinto de hielo que debe cruzar quien desea entrar a ese otro mundo en este mundo, es quien lo ordena todo. Como es regla en los laberintos, su principio fundamental es la selección: No cualquiera debe entrar allí. Es una de las pruebas finales, aquella que mide las destrezas adquiridas en el largo camino de la ascesis gnóstica. Es la última partida de ajedrez, en la cual uno se enfrenta con un enemigo que sigue nuestro avance y que nos conoce. Es el enfrentamiento contra el más terrible de los monstruos: el que llevamos dentro de nosotros mismos. Desde esta perspectiva, se puede decir que el narrador prohíbe, en términos de una advertencia, la exploración y explotación de la Antártica para señalar, en realidad, que nadie debe atravesar el mundo de lo inconsciente sino está preparado, pues podría no regresar. En su bello poema Antarktos, H.P. Lovecraft escribe:
En lo hondo de mi sueño el gran pájaro susurraba extrañamente
Hablándome del cono negro de los desiertos polares,
Que se alza lúgubre y solitario sobre el casquete glaciar.
Azotado y desfigurado por los eones de frenéticas tormentas.
Allí no palpita ninguna forma de vida terrestre:
Sólo pálidas auroras y soles mortecinos
Brillan sobre ese peñón horadado, cuyo origen primitivo
Intentan adivinar a oscuras los Ancianos.
Si los hombres lo vieran, se preguntarían simplemente
Que raro capricho de la Naturaleza contemplan:
Pero el pájaro me ha hablado de partes más vastas
Que meditan ocultas bajo la espesa mortaja de hielo.
¡Dios ayude al soñador cuyas locas visiones le muestren
Esos ojos muertos engastados en abismos de cristal!

por Waldemar Verdugo Fuentes.



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