Publicado en Informe Uruguay
www.uruguayinforme.com
4 de agosto de 2006
La Antártida amenazada por el turismo masivo
por Graciela Vera - Periodista independiente
Dentro de un año los científicos, convocados por la Unión Científica Internacional y la Organización Mundial de Meteorología, comenzarán a analizar concienzudamente más de mil proyectos destinados a llegar a un mayor conocimiento de los polos y evaluar lo que en el campo de la exploración y la investigación se ha hecho allí en los últimos dos siglos.
Tendrán un plazo de dos años para decirnos que está ocurriendo en la Antártida y en el Ártico.
La duda que nos asalta es si cuando tengamos los resultados no será ya demasiado tarde.
El Ártico tiene su suerte decretada por muchos despropósitos, entre ellos una descontrolada actividad minera y la falta de concienciación de la población no originaria, que ha degenerado en la despreocupación por el medio de los propios nativos.
La contaminación del planeta ha enviciado el hábitat de los pueblos árticos; las orcas que se encuentran en aguas del Océano Ártico contienen altísimos niveles de sustancias tóxicas, lo que no es más que una muestra de la enorme contaminación que sufre este medio.
Las corrientes marinas pueden transportar a grandes distancias sustancias muy venenosas, vertidas (o captadas) por ríos y vertientes que desembocan en los océanos.
Son sustancias que a pesar de que ocasionan un daño incalculable en la fauna y flora de distintas regiones, no están prohibidas por casi ningún país.
Pero a la Antártida aún podríamos salvarla.
¿Lo creemos realmente?
Es posible que necesitemos presumir que aún estamos a tiempo; más allá de que si se cumpliera desde ya el Protocolo de Kioto aún se mantendría por 60 años el enorme agujero de ozono que los clorofluorocarbonos producidos por la actividad humana han abierto sobre la Antártida, el Cono Sur americano, Australia y Nueva Zelandia.
No es con la emisión de gases contaminantes la única manera en que el hombre agrede al continente que, en 1991 se amparó a través de un protocolo de protección del medio ambiente complementado por el tratado internacional que en el año 1959 declaraba a la Antártida como ‘el continente de la paz y de la ciencia’.
La Antártida no es de nadie y es de todos. Desde hace 47 años está regido por el referido tratado internacional que especifica, que no podrá ser administrado ni controlado como un territorio sometido a una soberanía nacional.
En enero de 1998 entró en vigor oficialmente (en lo práctico recién se cumplió en su totalidad tres años después) un protocolo de protección del entorno antártico que entre otras reglamentaciones obliga a los Estados que tienen Bases Científicas en el continente a reparar los daños ecológicos que provocan, incluso los anteriores a su entrada en vigencia.
El texto establece reglamentaciones muy rigurosas; se puede decir que hasta el momento siguen siendo las reglas de conservación medioambientales más estrictas y cubren (supuestamente) la totalidad de las actividades humanas en el continente blanco.
Instituyen el combate contra la contaminación marina y la protección de la fauna y la flora y determinan que no se autorizará ninguna actividad de prospección minera o petrolífera hasta el año 2048.
Los países con Bases permanentes (que no son todos los firmantes del Tratado) son: Alemania, Argentina, Australia, Brasil, Bulgaria, Chile, China, Corea del Sur, España, Estados Unidos, Francia, India, Italia, Japón, Nueva Zelanda, Perú, Polonia, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica, Ucrania, Uruguay; otros países operan solamente en el verano austral.
Supuestamente en el Planeta Tierra hay gobiernos que demuestran su interés por mantener a la Antártida libre de contaminación y en ellos radica la esperanza de conservación del medioambiente antártico.
El protocolo de protección dispone que su reglamentación no puede variarse sin el consenso de todos y cada uno de los firmantes y ello podría dar cierta tranquilidad a todos, si no fuera porque hay intereses tan importantes en juego como puede ser el de un mal entendido turismo.
Desde hace décadas el número de turistas antárticos está superando, y por muchos miles, al de los científicos y personal de las bases que trabajan allí.
Tan sólo desde España llegan en viaje turístico entre tres y cuatro mil personas al año y España es sólo uno de los países que promueve este tipo de viajes, que satisfacen sin importar el coste, la creciente demanda existente por lugares exóticos, y que en este destino tienen un precio medio de 3.000 euros.
A los turistas les atrae especialmente la fauna antártica y la vida en las pingüineras y foqueras se ve alterada por una presencia masiva de humanos que altera el comportamiento de los animales.
Los pingüinos no pueden distraer coste energético en estresantes observaciones de los visitantes cuando la cría de sus polluelos les reclama mucho desgaste para que crezcan lo suficiente, antes del próximo invierno, como para poder sobrevivir solos a temperaturas que pueden superar los 70º por debajo de cero.
Los lobos y elefantes marinos, en la rutina de defender sus harenes se encuentran con otros seres extraños que, ignoran hasta que punto pueden amenazarles.
Y deben inquietarlos porque amenazan su hábitat. Los turistas pisan y destruyen los delicados musgos y líquenes que conforman la flora antártica y aunque saben que está prohibido, suelen guardarse algunos recuerdos y no nos extrañaría que pronto los hielos eternos comenzaran a verse violentados por graffitis.
Los animales deben soportan miles de fashes de las cámaras fotográficas ante una avalancha que en lugar de detenerse se incrementa. Las visitas son cada vez más frecuentes y más numerosas. La Asociación Internacional de Operadores de Turismo Antártico IAATO estima que en la temporada 2006/07 llegaran al territorio no menos de 28 mil personas.
Y las personas son portadoras de gérmenes o parásitos y en los barcos suelen viajar como polizones especies no nativas que de establecerse en la Antártida se convertirían en plagas sumamente devastadoras.
Simplemente el viaje en barco es un atentado ecológico que se demuestra con cifras: un crucero produce por día siete toneladas de basura, 114 mil litros de excrementos y más de 900 mil litros de agua sucia a más de 57 de desperdicios tóxicos y emisiones diésel.
El efecto contaminante y destructivo de ecosistema antártico está garantizado. Sistemas menos delicados, como los parques naturales terrestres y marinos ya los han sufrido.
La Antártida conserva en la imaginación de todos, el mito de ser el último lugar del planeta donde se puede convivir con un medio ambiente sin contaminación.
Es hora de tomar conciencia de que para conservarlo la primera regla es no convivir con él.
Desde Almería, en el sur del norte, agosto de 2006-08-03
Graciela Vera
No hay comentarios.:
Publicar un comentario