Publicado en http://www.tiempofueguino.com.ar
28 de octubre de 2005
Teresa Poretti, viuda del biólogo Augusto Thibaud, cuyo cuerpo fue rescatado el martes de las heladas profundidades de una grieta glacial en la Antártida, no siente rencor hacia el continente blanco. “La Antártida me lo dio y me lo quitó, pero es un paraíso, y un buen lugar para morir”, afirmó.
USHUAIA.- Con el hallazgo de los cuerpos sin vida de Augusto Thibaud y de Eduardo Teófilo González, biólogo y marino respectivamente, se cerró un período donde abundaron la desesperación, la incertidumbre y la expectativa, en primera instancia cuando ocurrió el accidente. Luego, la falta de esperanzas, la decepción, la tristeza y el dolor cuando las horas, los días transcurrían y se diluían las posibilidades de encontrarlos con vida. Y tal vez, por último, el triste sosiego para sus respectivas familias, para sus camaradas, para los rescatistas y para todos los que se sintieron, de alguna manera, parte de esta dolorosa historia al ser encontrados los restos de ambos. Augusto Thibaud tenía 43 años, y era conocido en la Base Jubany, su hogar antártico, como Alfa. Alfa había partido de General Rodríguez, localidad cercana a Luján, en la Provincia de Buenos Aires, el 9 de enero último hacia la Antártida, y tenía previsto regresar en enero de 2006. En Jubany era el único científico, y una de las personas con más experiencia en el continente blanco, en el cual había pasado varias invernadas desde aquel 1987 cuando lo visitó por primera vez. Thibaud, que se realizaba tareas para la Universidad de Luján, y colaboraba con otros centros de altos estudios nacionales, iba a elaborar informes, por ejemplo, de los efectos del cambio climático global sobre organismos marinos antárticos. El gélido continente le dio a Alfa su familia y le quitó la vida. La misma base, Jubany, a la que regresaba aquel 17 de septiembre cuando ingresados en un campo de grietas en el glaciar Collins, la moto de nieve que lo transportaba junto con Teófilo González, se desplomó en el interior de una grieta, fue la que le permitió conocer a su esposa, Teresa Poretti, quién actualmente cuenta con 38 años de edad. Teresa, también bióloga, lo conoció a Alfa en 1991: “Él estudiaba los peces y yo, las aves. Las dos cosas están relacionadas. Éramos dos mujeres y 30 hombres. El se me acercó y empezamos a hablar”. Luego se enamoraron y la pareja de científicos comenzó a hacer planes a futuro. Decidieron vivir en General Rodríguez, y tuvieron dos hijas, Agustina, que mañana cumplirá 8 años y Carla, de 10. El hallazgo del cuerpo de su esposo le permitió a Teresa Poretti, según sus propias palabras, estar “tranquila y en paz. La Antártida me lo dio y me lo quitó, pero es un paraíso, y un buen lugar para morir”, sostuvo en referencia al continente por el que Thibaud tenía fascinación, y en el que se conocieron y enamoraron. Sobre el accidente, la viuda de Thibaud consideró que “caer en una grieta no es chiste. Salir vivo el primer día ya sería un milagro, después de 40, sería un milagro bastante grande”. Además, indicó que la situación en la Antártida es mucho más peligrosa debido al calentamiento global. “Hace 15 años el glaciar no tenía estos riesgos, él mismo -por Thibaud- lo dijo en un reportaje, el glaciar está completamente cambiado, está pelado, tiene muy poca nieve y los puentes de hielo están muy delgados. Ahora sí es riesgoso”, sostuvo. Lejos de tener rencor hacia el continente blanco que terminó con la vida de su esposo, la bióloga recuerda que “siempre creímos que era un paraíso y lo sigo creyendo. Jamás, con Augusto, le tuvimos miedo a la Antártida, aunque sí respeto. A la naturaleza hay que respetarla.” Tal como lo expresara su esposo en algunas de sus investigaciones, Teresa Poretti sostuvo que los “cambios climáticos alteraron los glaciares, ahora son más peligrosos”, y Augusto Thibaud, junto con Teófilo González, fueron víctimas de ello. Para finalizar, la viuda de Thibaud, con la voz tranquila y pausada, manifestó que “realmente estoy eternamente agradecida a los rescatistas y a todos los que hicieron lo posible, a toda la gente que rezó, porque sé que en todos lados del mundo iniciaron cadenas de oración”.
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