Publicado en www.lavozdegalicia.es/
24 oct 05
A primera vista, el Polarstern parece un barco grande. Sin más. Pero todo cambia dentro. Porque el Polarstern es algo así como un baúl lleno de prodigios. Tienen todo tipo de cacharros que parecen salidos de una película de Spielberg. Y entre los cachivaches trabaja Michiel van der Loeff, jefe de la misión científica, que hace las veces de cicerone y explica la utilidad de cada engendro tecnológico. Hay de todo. Desde un molinillo con cable suficiente para recoger muestras a 25.000 metros de profundidad, a un láser que apunta permanentemente al cielo. «Cuando pasamos frente a África podemos averiguar a qué altura flota suspendido el polvo del desierto del Sáhara», apunta Van der Loeff, antes de aclarar que no pueden activarlo sin permiso, para disgusto de quienes podrían haber visto el pilar de luz verde desde O Morrazo. Cambio climático La cosa no queda ahí. Entre los ingenios más útiles destaca un conjunto de 24 bombonas que pueden ser inyectadas en el hielo para coger muestras a grandes profundidades. «Podemos conseguir hielo con más de 700.000 años de antigüedad, enterrado a más de 3.000 metros. Eso es muy importante: nos permite conocer la composición del mar en aquel momento y compararla con la actual», añade el investigador holandés, especializado en química oceánica y sensibilizado, como la mayor parte de la comunidad científica, con la amenaza del cambio climático. «Está muy claro que la capa de hielo se está reduciendo rápido. Hemos vivido fenómenos en los últimos años que lo dejan muy claro. Por eso son cruciales investigaciones como esta, que nos pueden ayudar a averiguar que está pasando», concluye.
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