La familia Ivorra Peñafort relata su viaje a Ushuai con un reportaje del recorrido por la Antártida y las Islas del Atlántico Sur. Estando allá, todo queda al norte
publicado en Terra.com
10 de mayo 2005
Llegamos el 21 de diciembre, cerca del mediodía. Solsticio de verano. El día más largo y la noche más corta del año (apenas tres horas de oscuridad). Mientras el avión se aproxima a aterrizar podíamos apreciar, hasta donde la vista se perdía, montañas como decoradas con azúcar en polvo.
Comenzaba el verano y aún había nieve. El aeropuerto parecía flotar en medio de las aguas del canal del Beagle. Estábamos llegando a Ushuaia, capital de la provincia argentina de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.
Ushuaia, en la lengua de los antiguos aborígenes onas, como sus palabras que terminan en aia, significa bahía; en este caso, bahía que mira hacia el oeste.
Es una población con 55.000 habitantes. Y pareciera que todos están orgullosos de vivir en la ciudad más austral del mundo: 54 latitud sur y 68 longitud oeste. Y con toda razón: es un lugar fascinante.
Es la parada obligada para las rutas de los cruceros que se dirigen a la Antártida, ya sea por turismo o con fines científicos.
En esta época del año el clima es agradable: en el día hace un sol brillante, un cielo azul aunque a veces se cubre de nubes, un viento suave y frío y alguna llovizna de sorpresa. En la noche, podría suceder que ni siquiera fuera necesaria la calefacción para sentirse abrigado con una buena cobija y disfrutar de esas noches tan cortas, tan tranquilas y con un silencio tan profundo.
En las calles de la ciudad se aprecia buena señalización, no solo para transitar por ella sino para informarnos qué tan lejos hemos llegado (en kms.) con relación al resto del mundo; por ejemplo, allí nos encontramos a 10.602 de Nueva York, a 3.9265 del Polo Sur y a 9.500 de Sydney por la ruta transpolar. Sus casas reflejan una vida sencilla y práctica, con una arquitectura de líneas simples y a la vez cálidas. Se destacan como las construcciones más altas la iglesia de San Juan Bosco, la Casa de Gobierno y unos cuantos edificios de cinco o seis pisos, administrativos o de comercio en la zona central, a lo largo de su principal avenida: San Martín.
La comida en Ushuaia tiene una deliciosa gama de opciones: sus platos autóctonos de comida de mar con pescado y mariscos, especialmente la centolla; igualmente los tradicionales argentinos como el matambre casero, los arrollados de pollo, las milanesas en todas las variedades. Y por supuesto no podía faltar el cordero patagónico. En lugares típicos de la ciudad como la casa de familia Fadul, localizada en la calle del mismo nombre, se puede disfrutar de una exquisita pizza de centolla.
En cuanto a los dulces llama la atención la variedad de chocolates artesanales, los alfajores y diferentes postres hechos con frutas de la región como el calafate, del cual dice la tradición que el que lo come regresa a Ushuaia. Además, fabrican allí su propia cerveza.
Es muy creativa su industria artesanal; trabajan con materiales propios de la zona como madera, semillas, cuero, arcilla. Vale la pena comprar objetos decorativos elaborados con madera de pan de indio.
Para pasear y conocer sus alrededores hay una variedad de paisajes, como por ejemplo el parque nacional Tierra del Fuego con su divertido Tren del Fin del Mundo; la bahía Lapataia cerca de la cual se encuentra el sitio donde se inicia la carretera Panamericana o ruta nacional No. 3; así mismo el paseo a los lagos Escondido y Fagnano, las castoreras, el ascenso al Glaciar Martial en aerosilla y el bellísimo recorrido en catamarán a través del canal del Beagle. Especialmente este último es una oportunidad de vivir una experiencia única: conocer el famoso Faro del Fin del Mundo, protegiendo siempre con su belleza a los navegantes de esos sitios tan remotos; el encuentro con especies como los lobos marinos y aves como cormoranes, gaviotas, albatros y petreles en su hábitat natural. Y el inolvidable acercamiento con los pingüinos magallánicos: nos observaban como si quisiera decirnos algo, casi como si hubieran estado esperando nuestra llegada.
En la noche de Navidad parecía que no quería oscurecer... A las 11:00 p.m. aún había rayos de sol en el cielo. Las familias estaban reunidas en sus casas, muchas alrededor de un asado en sus jardines, grupos de amigos compartían en algunos hoteles y restaurantes aún abiertos, la iglesia estaba llena de gente orando y cantando villancicos alrededor del pesebre. Y en el puerto, a las 12:00 de la noche en punto, los barcos venidos de diferentes lugares del mundo hacían sonar sus sirenas saludando todos al espíritu de la Navidad desde la ciudad más al sur del mundo.
De su gente nos llevamos el mejor de los recuerdos: sus atenciones tolkeyen, que el lenguaje de sus antiguos aborígenes significa "dadas de corazón".
Durante el periplo la familia Ivorra Peñafort visitó el parque nacional Tierra del Fuego con su divertido Tren del Fin del Mundo.
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