lunes, abril 25, 2005

Veterano antártico escribe un libro contando sus experiencias

Publicado en http://www.territoriodigital.com
24 de abril de 2005

Emilio Carlos Olsson realizó estudios topográficos en los hielos de la Antártida. Estuvo a punto de congelarse, pero sobrevivió. Hoy cuenta su historia poco recordada y fascinante

Oberá. Convicción y valentía, lealtad y vocación. Con estos materiales se forjó, hace ya 50 años, una inolvidable expedición a la Antártida que recorrió más de 1000 kilómetros a pie y en trineos para estudiar a fondo esa inhóspita geografía de la patria.
Uno de los integrantes de la misión fue el obereño Emilio Carlos Olsson, en ese entonces un joven de 24 años, que fue designado por el Instituto Geográfico Militar para realizar estudios topográficos durante todo un año en las tierras heladas de la Antártida Argentina, algo inédito hasta entonces.
"Cuando llegamos al Canal de Beagle y aparecieron los primeros témpanos fue algo maravilloso, como un sueño increíble que se hacía realidad", evocó don Emilio Olsson en la tranquilidad de su hogar. Hoy el hombre tiene 74 años y un sinfín de anécdotas para recordar, buenas y malas, como todo aquel que vivió intensamente.
La histórica expedición partió de Buenos Aires el 2 de diciembre de 1953, el día 10 arribó a Ushuaia y una semana más tarde desembarcó en la Antártida.
La misión tenía dos etapas preestablecidas: construir un destacamento y realizar estudios topográficos de avanzada, que estaban a cargo de Olsson. Pero en esa región del planeta cada día se presenta como un nuevo desafío, con temperaturas de 40 grados bajo cero y ráfagas que superan los 200 kilómetros por hora. Por eso, hasta las tareas más cotidianas demandan un gran esfuerzo y resistencia física: "Digo que nunca transpiré tanto como en el Antártida", recordó Olsson en diálogo con El Territorio.

Atado con alambre
En los primeros meses de adaptación, y mientras los obreros construían el destacamento Esperanza, los integrantes de la misión estudiaron la zona y ultimaron los detalles para las futuras expediciones. Cada día traía consigo alguna anécdota inolvidable. Como el día que Olsson desafió al mar helado… sí, al mar helado.
"Estuvimos todo el día acarreando carbón y cuando me fui a bañar no había agua -relató-. Entonces agarré un pedazo de jabón, me tiré al mar y casi me congelo, pero no quería que mis compañeros me carguen y aguanté un rato más".
"Lo peor fue que el jabón no limpiaba porque se neutralizó con la sal del mar, entonces era lo mismo que nada y salí corriendo. Me puse delante de una estufa y nunca más entré al mar", confesó entre risas.
Otra de las tareas diarias e imprescindibles era la fabricación de agua, para lo que debían recolectar buena cantidad de nieve -siempre y cuando los pingüinos no hagan sus necesidades cerca- o rescatar del mar pedazos de témpanos que luego se descongelaban en calderos.
Tal vez hoy, con los avances tecnológicos, la vida sea más sencilla. Pero hace 50 años fue muy difícil sobrevivir en el continente blanco. Y mejor que lo cuente don Olsson, como esa vez que casi voló el techo del destacamento Esperanza. "Manzione empezó a gritar desesperado, corrimos todos a ver qué pasaba y vimos que el techo subía y bajaba como diez centímetros por las ráfagas del viento", relató como si fuera una película de acción.
Para solucionar el problema entró en acción el capitán Benavides, quien ordenó a los hombres que se colgaran del techo.
"Venía el viento y nos subía a los catorce, después nos bajaba y descansábamos un rato. Hasta que pasó lo peor y empezamos a reírnos. Después el capitán designó algunos compañeros y ataron el techo con alambres", recordó Olsson.

Las expediciones
La misión de 1953 estuvo integrada por quince hombres, comandados por el teniente coronel Fortunato Castro. Pero el alma del grupo fue el capitán Manuel Benavides, quien estaba en la Antártida ya desde un año antes.
Además, Emilio Olsson recuerda con gran respeto y afecto a Ítalo Sani, el fotógrafo de la expedición, al profesor de esquí Liquitay, al sargento Agustín Alonso, encargado de las comunicaciones, al cocinero Guzmán y al soldado Homero Manzione, hijo del famoso compositor Homero Manzi.
Y sin dudas, los momentos más críticos de la experiencia Antártica se vivieron durante las dos expediciones para realizar relevamientos topográficos, en las cuales participó Olsson.
La primera se desarrolló en julio, bajo el más crudo invierno, y los expedicionarios estuvieron a punto de perder la vida.
"A mí se me congelaron los dedos y de noche no podía dormir, sólo lloraba -aseguró Olsson.
Nos estábamos congelando, a punto de morir. Pero seguíamos porque había que cumplir con lo que nos habíamos propuesto".
Esa desgarradora confesión marca a fuego el coraje y la voluntad de un grupo de hombres que desafiaron a la naturaleza más cruenta por el bien de la patria. Y, más allá de los pesares, cumplieron su misión con éxito, como lo marcan las crónicas de importantes diarios de la época que evocan el hecho como una verdadera epopeya.
La segunda expedición se realizó en septiembre, con un clima un poco más benigno, aunque también sufrieron los problemas propios del descongelamiento antártico, que originó imprevistas grietas y constante peligro. De todas formas, los hombres superaron todos los contratiempos y relevaron más de 6000 kilómetros cuadrados en la Antártida Argentina, un hecho que hoy, medio siglo después, adquiere el valor de hazaña.


Un sueño cumplido
Emilio Olsson volvió de la Antártida con una idea fija: reflejar en un libro las vivencias y emociones que recogió durante un año en su misión al continente blanco.
Incluso, durante las expediciones más duras lo acompañaron sus apuntes, que luego sirvieron de impulso para escribir sus memorias.
Tras el regreso comenzó la escritura, donde contó los mayores pesares y las mejores satisfacciones de su experiencia. Pero los avatares políticos de esos tiempos conspiraron contra sus planes, ya que tras el derrocamiento de Perón fue separado de su cargo en el Instituto Geográfico Militar.
Pero el libro siempre estuvo ahí, expectante. Es más, su autor tiene varios ejemplares que va prestando a conocidos y amigos, quienes lo incentivan a publicarlo.
"En eso estoy ahora, es una cosa que tengo pendiente y me gustaría que se publique, porque hace justo 50 años que lo escribí", comentó el autor.
Pero Emilio Olsson podría haber escrito varios libros más, ya que también fue el responsable de gran parte del relevamiento topográfico de esta provincia, para lo que tuvo que internarse y recorrer miles de kilómetros en la espesura del monte misionero.
Además, cumplió diferentes cargos públicos de importancia y fue diputado provincial.


Proa al Sur (*)
"Era el día 2 de diciembre de 1953. Desde un cielo sin nubes, el sol nos despedía abrasador como si quisiera dejarnos el recuerdo de una potencia que sus rayos no tienen allí, en las tierras blancas y desoladas del Sur lejano. Casi no soplaba viento, una brisa ligera y muy cálida movía apenas algunas hojas de los árboles de la costa. El barco, que estaba casi inmóvil, como dormido sobre las aguas del río, comenzó a alejarse despacio. Iniciaba yo el viaje largo que, tantas veces, había llegado a mis sueños con la seducción de lo desconocido y misterioso. Estaba pensativo, como si no viviera la emoción de la despedida. Sí, estaba viviendo únicamente mis emociones, mis ideas, la iniciación de un sueño que se cumplía.
Reaccioné de pronto, comprendí la realidad de mi partida, y miré hacia la costa, que quedaba atrás, como si, entre todas aquellas madres que levantaban sus pañuelos húmedos de lágrimas, estuviera ella. Alcé las manos y yo también, como otros, saludé a mi madre, pero ella no estaba en el puerto. Quizá, sin tener el valor para ver cómo el barco se llevaba a un hijo hacia un lugar tan lejano y misterioso, prefirió llorar su partida y ocultar sus lágrimas. Yo sabía del dolor de mis padres, para mí los más humildes y los más buenos, y sentí que, involuntaria pero firmemente, las lágrimas comenzaban a brotarme.
Buenos Aires fue quedando atrás, desaparecieron sus rascacielos imponentes y el humo de sus fábricas formaba, en lo alto, una bruma negra. El sol de la tarde acariciaba el agua del río, el buque avanzaba".

(*) Extracto del primer capítulo del libro "Antártida Argentina, 50 años después", de Emilio Olsson.

Niños argentinos visitan la Base Marambio

El inolvidable viaje a la Antártida de chicos amantes de la Naturaleza
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publicado en http://www.clarin.com/ 24 abril 2005

Lucio Fernández Moores. BASE MARAMBIO. ENVIADO ESPECIAL
lfmoores@clarin.com

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Ni osos marinos ni pingüinos. Frío, más frío y puro frío. Eso fue lo que encontraron en su inolvidable viaje a la Antártida los cuatro que ganaron el concurso Alas por el medio ambiente, además del merecido premio, claro está. Fue el viernes pasado, con 16 grados bajo cero y una sensación térmica de -32º. Eso sí, había sol.

Fue el día más atípico para estos jóvenes escolares. A las 6, los despertaban en la Base Aérea de la Fuerza Aérea en Río Gallegos. A las 7 se calzaban los típicos trajes naranja y media hora después estaban en el aeropuerto para subirse a un enorme avión, un Hércules C-130. Finalmente, al mediodía bajaban la escalerilla para animarse a ese territorio inhóspito.

La caminata desde la pista hasta la Base Marambio, unos 500 metros marcados por una pasarela con barandas, será seguramente la que recordarán como la más larga de sus vidas.

Ya en la base recibieron sus diplomas de manos del ministro de Defensa, José Pampuro. Cada uno los declara como Defensor del medio ambiente. El concurso fue organizado el año pasado por la Fuerza Aérea y la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, pero por razones climáticas recién se cumplió ahora, a dos meses del invierno.

Julieta Rodríguez Caruso, la más pequeña de los ganadores, parecía la más grande cuando fue a recibir su premio. Hinchada de orgullo, la pequeña, de la Escuela Adventista Nicolás Avellaneda de Trelew, dibujó un incendio en la Cordillera apagado por aviones de la Fuerza Aérea.

María Virginia Barrufaldi, la más grande, estaba todavía conmocionada por los mareos que había sufrido en el avión. Ella, estudiante de 11 años de la EGB 18 de San Nicolás, había dibujado a chicos que limpian el mundo y la sigla S.O.S. Natalí Fleitas, de Pico Truncado, ganó en la categoría intermedia, para chicos de entre 8 y 10 años. Ella era la de sonrisa más grande. Claro, otros 4.000 chicos de todo el país habían concursado, y ella estaba entre los ganadores.

También hubo una categoría especial para chicos con discapacidad. El ganador fue Lucas Canyazo, no vidente, estudiante de la Escuela Nº 515 de Comodoro Rivadavia. Talló con un punzón y sobre una hoja de radiografía a una ballena y un pingüino. Su enorme voluntad le ganó al impedimento. Como los argentinos que ayudaron a instalar la Base Marambio, donde hace 35 años aterrizaba el primer Hércules de la Fuerza Aérea.

viernes, abril 22, 2005

Regresa el velero TARA de la Antártida

Regresa el velero TARA de la Antártida

A su egreso de la Antártica, el 3 de abril de 2005, la tripulación del Tara, barco embajador del PNUMA, ofreció una conferencia de prensa en Brasil para informar a los medios de comunicación de su travesía por los mares australes.

El velero Tara , de la expedición científica francesa que navegó durante un año por la Antártica, que cuenta con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, y que es capitaneado por Celine Ferrier, tiene como objetivo recoger información sobre los ecosistemas de la región y contribuir en la sensibilización mundial sobre la belleza y fragilidad del medio ambiente global.

"Mi sorpresa fue encontrar tantas embarcaciones, en promedio una cada dos días, y por ende muchos turistas en la Antártica”, dijo a Tierramérica Celine Ferrier, a su llegada a Río de Janeiro, tres meses después de zarpar del austral Puerto Williams en Chile.

Además de admirar la "inmensa belleza de los paisajes", y ver muchos pingüinos, focas y ballenas, la expedición afrontó un clima "imprevisible, de vientos fuertes que pueden surgir de un minuto al otro", y mucho hielo a la deriva que bloqueaba las rutas, agregó Ferrier.

Por su parte, el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado, dijo estar impresionado por "el volumen y la cantidad de glaciares", las inmensas montañas y bahías, y la rica fauna, en una "atmósfera translúcida" que acorta engañosamente la visión de las distancias. También lo conmovieron los pingüinos, por "su capacidad de convivir y trabajar bajo riesgo". Salgado se embarcó en el marco de su proyecto Génesis, apoyado por las Naciones Unidas, que prevé fotografiar en ocho años áreas aún en estado natural y vestigios de antiguas civilizaciones.
fuente http://www.pnuma.org

jueves, abril 21, 2005

lago Vostok

Científicos alemanes miden mareas en enorme lago subterráneo de Antártida
ABC digital 20 abril 2005

DRESDE, Alemania, 19 (AFP). El gigantesco lago de Vostok, que yace bajo una capa de hielo de 4.000 metros de espesor en la Antártida, tiene mareas como los océanos, según un equipo internacional de científicos que realizó mediciones por satélite, informó el martes un investigador de la Universidad de Dresde (este de Alemania).

La superficie del lago subterráneo registra flujos y reflujos de hasta dos centímetros, dependiendo de la situación de la Tierra con respecto al Sol y a la Luna, afirmó Reinhard Dietrich, coordinador de la investigación polar de esta universidad, que incluyó científicos alemanes, rusos y japoneses.
"Si bien estos efectos son pequeños en relación con los de los océanos, se les puede medir bien sobre la superficie de hielo", afirmó el científico, quien coordina las investigaciones polares de todas las universidades de Alemania.
"Estimamos que las oscilaciones del nivel de las aguas tienen un efecto de bombeo que las mantiene en movimiento dentro de este lago, lo cual es vital para los microorganismos", indicó Dietrich.
Los científicos calculan que el lago de Vostok se encuentra desde hace millones de años bajo la superficie helada de la Antártida, aislado de la atmósfera terrestre, y que las variedades de microorganismos que contiene son probablemente las más originales del planeta.
"En una perforación realizada hace algún tiempo hasta 3.600 metros de profundidad se encontraron microorganismos en el hielo muy cerca de la superficie de este lago subterráneo antártico", señaló el coordinador científico.
El lago de Vostok, de 1.000 metros de profundidad, se encuentra bajo una capa de hielo de 4.000 metros de espesor y a unos 1.000 kilómetros de la costa. Con una extensión de 250 kilómetros de largo por 50 kilómetros de ancho, el mar se asemeja a la superficie del lago de Ontario (entre Canadá y Estados Unidos).
El equipo de científicos germano-ruso-nipón se apresta ahora a recoger agua y sedimentos del lago, anunció Dietrich. Hasta ahora los investigadores se habían abstenido de tomar muestras por temor a una contaminación del agua y al traslado de microorganismos de la superficie de la Tierra hasta ese lugar.

miércoles, abril 20, 2005

Imagen del momento del choque del B-15-A

Foto satelital
Ver imagen del choque
Foto de ESA publicada en el mundo.es el 19 de abril 2005

choque de tempanos

Publicado en ambientum
http://www.ambientum.com/noticias_detalle.asp?ID=23775
Fuente: El Mundo 19 de abril 2005

(Internacional)
Después de meses de esperar el acontecimiento, los dos grandes titanes de hielo han chocado en la Antártida. El iceberg B-15A se acercó lentamente a la lengua del glaciar Drygalski, contra la que impactó de costado el pasado viernes. En contra de lo que se pensaba, el peor parado ha sido el glaciar, cuyos últimos cinco kilómetros se han partido y han quedado también a la deriva en el mar de Ross.

Desde el mes de enero, los expertos estaban pendientes del choque del gran iceberg B-15A de 115 kilómetros de largo, con un área de 2.500 kilómetros cuadrados (tan grande como Luxemburgo), que estaba a la deriva en aquella zona de la Antártida. Este iceberg se desprendió de la plataforma helada de Ross en 2002, pero desde entonces, y debido a sus enormes dimensiones (era tan grande como Jamaica), ha estado girando sobre sí mismo y rompiéndose contra el fondo en grandes témpanos.

Gracias al seguimiento que se ha hecho del acontecimiento, se sabe que el choque ha sido muy lento pero impresionante. La magnitud de las fuerzas que han convergido es inmensurable; las masas que se han enfrentado son toda una novedad para los expertos.Los científicos esperan la evolución de ambos trozos de hielo y miden las energías en liza a través de las imágenes captadas por los satélites.

Además, los investigadores de las bases antárticas de la zona están pendientes de la situación. Aún no hay noticias del intensísimo ruido (parecido al estampido de un avión) que ha debido provocar la rotura del glaciar de más de cinco kilómetros de ancho, cuya lengua entra en el mar unos 70 kilómetros. Los expertos de la base neozelandesa y de la estadounidense del estrecho de McMurdo están a unos 150 kilómetros del lugar, donde ahora comienza el rigor del invierno austral con pocas horas de luz diurna.

El B-15A está a merced de las corrientes, por lo que se desconoce cuál va a ser la evolución. Pero es previsible que vuelva a chocar en las sucesivas semanas. La presencia del gigantesco témpano ha modificado las condiciones del mar de Ross, donde ha quedado bloqueado el banco de hielo del invierno e incluso han cambiado las corrientes desde el año 2002.


Fuente: El Mundo

martes, abril 19, 2005

Aventuras contadas por sus protagonistas

EXPERIENCIAS : DIECIOCHO HORAS DE ANGUSTIA EN EL MAR DE DRAKE
http://www.clarin.com/
18 de abril de 2005

La aventura de sobrevivir a una brutal tormenta en los mares del Sur


Una periodista de Clarín vivió horas de angustia en su regreso de la Antártida. Aquí cuenta ese viaje, durante el que creyeron más de una vez que naufragaban.

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Olga Cosentino.
ocosentino@clarin.com

Fue una de las tormentas más fuertes que recuerdo", admitió el capitán Jorge Ardighieri cuando el barco oceanográfico "Ushuaia" ya había superado el cruce del Mar de Drake y regresaba a Tierra del Fuego. El desafío de abrir un cine en la Antártida, concretado el lunes 11 por la Dirección Nacional del Antártico y el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, superó en muchos sentidos las previsiones de la comitiva de artistas, funcionarios y periodistas que viajaron a la base científica argentina Jubany, en la isla 25 de Mayo, del archipiélago Shetland del Sur.

La promesa de alcanzar el continente de hielo comprometía a cierta disponibilidad frente a las sensaciones extremas. Intuíamos que el paisaje real excedería la belleza de documentales y fotografías. Estábamos medianamente preparados para que los 2 grados bajo cero y 12 bajo cero de sensación térmica atravesaran pulóveres, medias, calzoncillos largos, gorros, guantes y botas hasta doler como cuchillos en el hueso. Hasta emocionar.

Una impecable organización había anticipado, en "tranquilizadora" charla ofrecida por el director nacional del Antártico, Mariano Memolli, y por el médico de la tripulación, doctor Constantin Petrosian, sobre las características del Drake. Ibamos a atravesar un turbulento mar de unos 800 km de longitud castigado por vientos cruzados. Los malestares físicos que podían provocar los fuertes movimientos de la embarcación eran "normales".

Todos teníamos alguna provisión de medicamentos para el mareo y las náuseas. Igual, la demanda médica y farmacológica en las primeras 24 horas puso a prueba la eficiencia profesional y la calidez personal del doctor Petrosian. La tripulación en pleno funcionó como contención. Era un alivio ver al cocinero, al capitán o las camareras sonreír y caminar con habilidad acrobática. La serenidad —verdadera o impostada, el mérito es el mismo— del presidente del INCAA, Jorge Coscia, del vicepresidente, Jorge Alvarez, del director de la DNA y de todos los organizadores fue también destacable.

El segundo día de travesía descendió el insumo de fármacos; la mayoría se atrevió a desayunar y almorzar. Unos más pálidos que otros, oponiendo sentido del humor a la vulnerabilidad compartida, estábamos en tren de superar lo que históricamente se consideró una prueba mítica para navegantes osados. Vómito más o menos, acaso no hubiera ya tanta diferencia entre el corsario inglés Francis Drake (1540-1596) a quien evoca el violento mar y estos 62 pasajeros de acaso menos perdurable memoria.

La calma volvió durante las últimas 4 horas de navegación, antes de que el "Ushuaia" tirara el ancla y fondeara a unos 400 metros de la caleta Potter, una playa protegida, de piedra y hielo, adonde llegamos en botes Zodiak de desembarco militar. La calidez de la recepción fue inversamente proporcional a la temperatura.

En los discursos, que el frío abrevió al máximo, Coscia, Alvarez, Memolli, el secretario de Medios de la Nación, Enrique Albistur, y el jefe de la Base Jubany, capitán Héctor Pavón, coincidieron en remarcar el protagonismo de la cultura a la hora de reinstalar un concepto de soberanía vinculado no ya a la guerra o la conquista territorial sino al respeto y la preservación de los recursos del planeta y a la diversidad cultural. Curiosamente, nada sonaba retórico. Algo del orden de lo sagrado parecía recuperar su sentido entre gestos y símbolos generalmente devaluados.

Hubo una sorpresa fuera de programa: la llegada en gomón de un grupo de científicos de la base King Sejong de República de Corea, ubicada a 25 km detrás del glaciar Fourcade. Eran los primeros espectadores espontáneos y se habían enterado del evento ese día, por Internet.

En la sala calefaccionada de 58 butacas el director Juan José Campanella presentó su Luna de Avellaneda y enlazó el acto fundacional del primer cine en la Antártida con la idea central de su película, "la historia de un club de barrio, desde su modesta época de gloria hasta su ruina y la terca voluntad de la gente de refundarlo; es una metáfora del país", dijo. Tras la proyección, el jefe del grupo coreano agradeció y dijo en inglés, con contenido temblor de mandíbula: "Lo mismo pasó en Corea."

A las 6 de la tarde, embarcados nuevamente en el "Ushuaia", la euforia y la sensación de "tarea cumplida" duraría unas horas. Después de la cena se armó el baile, un intento de confraternizar y liberar tensiones. Afuera, las olas castigaban vidrios y cubierta con furia creciente. El balanceo de babor a estribor abría cada vez más el ángulo de inclinación. El capitán había advertido que ese movimiento o "rolido" es típico en el Drake y que la embarcación podía llegar a oscilar en un ángulo de hasta 50ø en medio de una tormenta. Después íbamos a saber que se superó ese número, con riesgo de dar una vuelta de campana. Y que en la escala de peligrosidad de 1 a 10 habíamos vivido una tormenta de grado 9. El barco se montaba sobre olas de 10 y 15 metros para caer después golpeando como si se desplomara sobre una roca. Una treintena de personas se tendió horizontalmente en el piso del bar. Evitar exteriorizaciones de pánico fue la consigna tácita que ayudó en esa experiencia límite. Por suerte, las conductas egoístas fueron la excepción. Alguno simulaba dormir para tranquilizar a los demás. Otro tuvo la generosidad de arriesgarse hasta su camarote y traer mantas para abrigar a sus compañeros. La solidaridad era el lugar más seguro.

Hubo quien fue arrojado al piso desde su litera. Un inodoro fue arrancado de cuajo con su ocupante puesto. El ridículo dibujaba una síntesis dramática perfecta. A lo largo de 18 horas interminables, los sonidos del viento confirmaron el porqué del nombre de "los 40 bramadores" (para 40ø de latitud sur en el Mar de Drake), "los 50 aullantes" (50ø) y "los 60 ululantes" (60ø).

Luminosa, la mañana del jueves nos ingresó simultáneamente en la magnificencia del paisaje fueguino y en la categoría de sobrevivientes. Una condición que en realidad todos tenemos en cada minuto de nuestras vidas.

En el acto inaugural de la sala Bicentenario, Jorge Coscia había dicho que "no es fácil imaginar un país sin cine; sería como una casa sin espejos donde mirarnos para saber quiénes somos; el cine nos permite reconocer nuestra identidad". Una tormenta en el Mar de Drake, también.