Expedición busca información en Antártida, con comodidad moderna
Publicado en Prodigy MSN Noticias
22mar09
En el 27° día de su travesía, en la que los miembros de la expedición parecen apenas unos puntos negros en la vasta inmensidad blanca de la Antártida, Lou Albershardt escuchó un ruido que jamás había sentido en sus dos décadas de aventuras en el hielo.
En el 27° día de su travesía, en la que los miembros de la expedición parecen apenas unos puntos negros en la vasta inmensidad blanca de la Antártida, Lou Albershardt escuchó un ruido que jamás había sentido en sus dos décadas de aventuras en el hielo.
El cable de su taladro _un aparato que cuesta 100.000 dólares y puede penetrar el hielo 92 metros (302 pies)_ se cortó y desapareció en las profundidades.
"Fue como si yo misma me hubiese hundido", expresó. "No lo podía creer".
Su equipo de científicos estaba a 800 kilómetros (500 millas) del Polo Sur, donde habían comenzado su expedición, y a 1.500 kilómetros (900 millas) de la Estación Troll, su destino final.
Se encontraban en una meseta de unos 3.000 metros (10.000 pies) de altura, con temperaturas de -20 grados centígrados (0 Farenheit) y vientos fuertes.
Se habían quedado sin su instrumento más importante: un taladro capaz de perforar a grandes profundidades. Ello representaba el fracaso de la expedición. Albershardt sabía que nadie jamás había recuperado un taladro de un pozo tan profundo. "Imposible", dijo.
Esto sucedió el 18 de enero y la expedición de científicos noruegos y estadounidenses ya había hecho uno de los recorridos con fines de investigación más largos jamás emprendidos en una de las regiones menos exploradas del Polo Sur.
Se trataba de un proyecto ambicioso para explorar la capa de hielo más vieja y gruesa del planeta, en busca de pistas sobre su pasado geológico. El objetivo era entender mejor el impacto que pueden tener los fenómenos climatológicos de la Antártida en el calentamiento de la Tierra, cuánto hielo de puede derretir y cuánto pueden crecer los océanos.
La primera fase del proyecto fue un recorrido de dos meses hacia el Polo Sur en el verano austral de 2007-2008, iniciado en esta estación de investigación noruega en el este de la Antártida, a 235 kilómetros (150 millas) de la costa.
Este verano, un equipo de 12 personas, incluidas seis que participaron en la primera expedición, inició el 23 de diciembre el viaje de vuelta, en vehículos de nieve que avanzan a muy baja velocidad. Pese a su lentitud, los vehículos son "fabulosos", según el jefe de la expedición, Tom Neumann.
Un siglo después de que los exploradores llegaron por primera vez el Polo Sur usando esquíes y trineos tirados por perros, estos científicos del siglo XXI recorrían la zona con computadoras portátiles, conexiones a la internet vía satélite, comiendo tres veces al día en un módulo con calefacción y durmiendo en literas en otro módulo.
"La idea era tener que dedicar el menor tiempo posible a tareas de supervivencia y la mayor parte del tiempo a investigaciones científicas", expresó Neumann, un geofísico de 35 años de la NASA.
El grupo incluyó cinco científicos con doctorados, entre ellos Ted Scambos, de 53 años, un renombrado experto en cuestiones polares que participó en otras nueve expediciones a la Antártida.
Su dedicación es total y pasan cuatro meses alejados de sus familias. Zoe Courville, de 31 años, se había casado hacía menos de un mes cuando empacó sus cosas y se vino al sur en octubre.
"Me encanta la nieve, la gente no lo entiende", comentó con una sonrisa.
Igualmente vitales para la expedición fueron varios noruegos que no son científicos, como Ole Tveiten, un médico que vela por la salud de todos, y Svein Henriksen, un mecánico que jamás se da por vencido.
El 18 de enero fue Henriksen quien sacó las castañas del fuego: Recuperó el taladro.
"Sin que me diese cuenta, Sven comenzó a preparar un gancho", recordó Albershardt en una conversación con un periodista tras su llegada a la estación el 21 de febrero.
En su taller _un pequeño módulo rojo montado sobre esquís_ Henriksen, de 40 años, armó algo que Neumann dijo se parecía a un "tulipán boca abajo" y probó fortuna en el hoyo de 10 centímetros (cuatro pies) de ancho y 62 metros (203 pies) de profundidad que había cavado Albershardt. Pudo enganchar el cable, pero cada vez que comenzaban a subirlo, se caía.
Treinta y seis horas después lograron izarlo hasta que quedó a 3,3 metros (11 pies) de profundidad. Era imposible seguir subiéndolo. Entonces cavaron en la nieve hasta llegar al cable y lo acoplaron al cabrestante.
El taladro, no obstante, seguía atrapado en el hoyo y para recuperarlo necesitaban etanol, algo que no tenían.
Cuatro días y medio después de que iniciaron la operación, llegó un avión que trajo 40 litros (11 galones) de etanol.
Henriksen improvisó una botella de plástico cuyo pico se abría cuando se tiraba de una cuerda. La bajaron hasta la altura indicada, tiraron la cuerda y dejaron que el etanol bañase el taladro. El día siguiente, recuperaron el aparato, que no había sufrido daños.
La caravana científica reanudó su marcha, con "Lasse" al frente y "Sambla" en la retaguardia. A los cuatro vehículos de nieve les habían dado los nombres de perros que participaron en las primeras expediciones.
Al volante de Lasse, Stein Tronstad, del Instituto Polar Noruego, observaba un radar capaz de detectar grietas como las que causaron estragos en otras expediciones previas.
A 100 metros (300 pies), la científica británica Kirsty Langley, también del Instituto Noruego, estaba pendiente en Sembla de un radar de baja frecuencia que mide la profundidad de la capa de hielo y la topografía de esa zona montañosa.
Langley escuchaba música con auriculares, cubierta por mantas. "Me sentaba a reflexionar", comentó. Pensaba en los cristales de hielo, por ejemplo, que son minúsculos, insignificantes, pero que forman capas gigantes de hielo, "mientras que nosotros no somos nada, apenas pequeños puntos negros".
Todos salían a esquiar cuando no tenían nada qué hacer o se reunían en uno de los módulos a ver películas como "El Padrino" y "El señor de los anillos".
Baños, duchas, películas, cabinas cómodas, con calefacción. Este es "un viaje de lujo" comparado con las expediciones de antes, en las que usaban tiendas y cavaban pozos en el hielo para hacer sus necesidades, señaló la científica finlandesa Anna Sinisalo, de la Universidad de Oslo.
Pero los peligros acechan.
El 11 de febrero, en una meseta de 2.700 metros (8.900 pies), el viento llegó a los 50 kilómetros (30 millas) por hora y las temperaturas bajaron a los 65 grados centígrados bajo cero (-85 Farenheit). A esas temperaturas, uno se congela apenas sale de los módulos, pero tenían que trabajar afuera, pues los motores se habían congelado.
Henriksen y varios miembros del equipo desafiaron las inclemencias del tiempo y trabajaron ocho horas a la intemperie. "Cinco o seis de nosotros sufrimos lesiones por el frío", dijo Scambos.
Al final, resolvieron el problema y pudieron continuar su marcha.
Ahora que completaron el recorrido, el próximo paso es analizar los datos recopilados por las dos expediciones y ver qué enseñanzas dejan.
Uno de sus objetivos es analizar cuatro toneladas de hielo, que almacenaron en 80 cajones y transportaron en un buque de carga ruso. Observarán mil años de historia geológica y determinarán cuánta nieve cayó y bajo qué temperaturas. Determinarán patrones del clima y verán cómo se acumula dióxido de carbono en la atmósfera. También analizarán el fenómeno de derretimiento del hielo que hace subir el nivel del agua de los océanos.
A título preliminar, la expedición ya puede haber ayudado a determinar si están subiendo las temperaturas en el este de la Antártida. Scambos dijo que los primeros datos indican que "puede haber habido un pequeño calentamiento en los últimos 30 o 40años".
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