viernes, agosto 29, 2008

Turismo Antártico como, la herramienta del siglo XXI para ejercer soberanía

El Cuarto Elemento (Estrecho de Nuestros Sueños VI)
Por Rodrigo Fica (Chile)
Publicado en http://blogs.lasegunda.com
29 ago 08
Que el Turismo Antártico se hubiese convertido en una realidad no sólo terminó por destruir el monopolio de acceso que la Nomenklatura tenía, sino que además planteó a los países un nuevo desafío acerca de cómo ejercer soberanía.
Dado que el Tratado Antártico había dejado en claro que este continente estaría dedicado a la paz y la ciencia, para poder establecer áreas de influencia, a las naciones signatarias no les quedó otra que hacerlo basándose en tres elementos: diplomacia, ciencia y presencia. Pero el escenario cambió cuando el explosivo desarrollo del Turismo (en su más amplia expresión, aquella de la definición de la World Tourism Organization) hizo mover tanta gente y recursos que se estableció en los hechos, y sin querer, en la más poderosa herramienta para que una sociedad pudiera imponer sus términos.
Dicho de otro modo. Para hacer soberanía, ya de nada sirve sólo enviar soldados y científicos a las bases, puesto que al mismo tiempo más de 60.000 extranjeros visitan los mismos sitios y contrarrestan cualquier presencia "oficial" que allí pueda existir. Masa de personas que, además, al regresar a sus hogares, multiplican el interés antártico en sus comunidades al comunicar, educar, financiar y, también por supuesto, dar un piso político a los planes polares de sus respectivos países.
Y que les quede claro. Lo que estoy aquí contando no es una chifladura mía o una hipótesis de algo que podría ocurrir. No señor, es realidad pura. Ahora, ya. E insisto; mientras ustedes leen estas líneas, una población mayor a la ciudad de Coyhaique va camino a Antártica, dentro de los cuales, estadísticamente hablando, no hay ningún chileno.
Saco a colación nuestra nacionalidad porque es el momento de aterrizar el análisis y formalizar la primera y no última crítica a nuestra Política Antártica Nacional, entendiendo por ésta al conjunto de derechos e intereses que configuran una vocación histórica y geográfica nacional (decreto 429 del 28/03/2000, del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile). Y lo que digo es simple: hoy dicha política se está llevando a cabo de una forma absolutamente errada, puesto que no ha identificado al Turismo Antártico como LA herramienta del siglo XXI para ejercer soberanía.
Esto porque, fruto de un equivocado menosprecio intelectual (que en verdad sólo demuestra nuestra propia pobreza de ideas), seguimos viendo al Turismo como algo banal, malamente asociado al estereotipo de extranjeros llenos de dólares con piel color poto de guagua. Lo que explica porque en vez de readecuar las estructuras antárticas para dar cabida a este cuarto elemento y, luego, difundir, educar, gestionar y ayudar al desarrollo de los correspondientes proyectos, sencillamente lo marginamos, sin darnos cuenta que es el juego de alfiles en este gran juego del milenio.
La ceguera es transversal. De partida la culpa la tiene el país como un todo, puesto que querer considerar al Turismo significa traer también consigo las limitaciones que existen en Chile para su desarrollo (ver "El Paraíso Perdido"). Consecuentemente, en el Estado no existe nada, NADA, que sirva de verdad para reflexionar, promover y ejecutar proyectos turísticos nacionales en Antártica. Y si de ahí pasamos a quienes pueden cambiar las cosas, los gobiernos soberanos, puesto que el fenómeno surge recién en los 90, la crítica apunta directamente a la Concertación, para quienes será más fácil resolver una ecuación diferencial que entender lo que explico aquí. Por último, los llamados a implementar la política antártica, INACH y las 3 ramas de las Fuerzas Armadas, también fallan rotundamente (aunque para hacerles justicia son por razones un poco más complejas y que merecen ser analizadas en detalle después).
La equivocación antártica nacional es terrible, pero no es lo peor, puesto que hay algo más grave aún: ni siquiera se le identifica como un problema. No sabemos que no sabemos. Seguimos jurando que mientras enviemos funcionarios a los congresos, financiemos un par de estudios y podamos enviar un sargento a la base Parodi, estaremos dando solidez a nuestras pretensiones y seremos capaces de compensar a los, por ejemplo, 17 mil estadounidenses que año tras año viven, visitan y ejercen poder en Antártica.
Nuestras instituciones no se han dado cuenta que ahora se necesita también involucrar a la población como un todo (que es, en el fondo, lo que hace el Turismo), viendo su colocación física en el terreno no como una molestia, sino que como una consecuencia válida de ejercer los históricos derechos que creemos tener.
De no cambiar, no sólo jamás podremos recuperar el liderazgo que alguna vez tuvimos, sino que transformaremos nuestros rimbombantes llamados y pretensiones en meros aullidos de un país comparsa.
Dicho en castellano, chao Antártica.

1 comentario:

  1. Afirmar que el Turismo es LA herramienta del siglo XXI para ejercer soberanía en Antártica, conlleva admitir que estamos usando dicha palabra en su más amplia expresión.
    Una como la usada por la World Tourism Organization (agencia dependiente de las Naciones Unidas), la cual afirma que Turismo son todas "las actividades de personas viajando y permaneciendo en lugares fuera de su ambiente habitual, por no más de un año, por placer, negocio u otros propósitos".
    Definición utilizada por mí a propósito, puesto que parte importante de quienes hoy están yendo a Antártica no tienen nada que ver con esa caricatura del turista tonto, vestido con guayabera y gorro altiplánico, sino que con sujetos de carácter y aspiraciones extraordinarias. Virtudes necesarias para poder sobrellevar un continente que, no lo olviden, posee un clima extremo y cuyas condiciones geográficas moldean la forma de cómo se visita y habita en Antártica, situación que explica muy bien por qué fue que el montañismo se convirtió en el más importante tipo de turismo que allí se realiza.
    El montañismo brinda a quienes lo practican una oportunidad de desarrollar habilidades especiales que, tiempo después, son útiles para dar sustento y apoyar la permanencia humana en el continente blanco. Debido al frío, los glaciares, la lejanía y la presión sicológica, quienes se desenvuelven en ambientes polares (ya sea por ciencia, soberanía o deporte) deben ser individuos que sean asistidos, tengan entrenamiento o sean derechamente montañistas. De la misma manera que si, por ejemplo, estuviéramos colonizando Marte, quienes fuesen, más allá de si son biólogos, militares o periodistas, todos ellos en los hechos tendrían que ser astronautas.
    Es por eso que, en términos de soberanía, importa mucho la forma cómo un país se relaciona con esta disciplina, puesto que tener la mayor cantidad posible de personas con experiencia de campo, significa que después podrá contar con más y mejores guías, soldados, mecánicos, asesores, pilotos, marinos o, incluso, políticos. Generaciones proactivas formadas con un verdadero conocimiento de lo que significa y es Antártica, lo cual, tarde o temprano, permite construir una política informada, sólida y con visión de futuro.
    En el mundo hay casos para todos los gustos con respecto a cómo se ha dado esta relación con el montañismo. El líder mundial, EE.UU., tiene un comportamiento marcado por el pragmatismo. Por ejemplo, cuando se dio cuenta de la importancia mediática y política que tenía lograr el primer ascenso del Vinson, la montaña más alta de Antártica (4.893 m), no trepidó en asociarse al American Alpine Club y organizar, en la temporada 66-67, una potente expedición a la cordillera Centinela que tuvo éxito y que demostró al mundo la calidad de las operaciones que estaban llevando a cabo. Sin embargo, poco después tal enfoque cambió en 180 grados, al comenzar las instituciones americanas a hacer todo lo posible por desalentar y oponerse a cualquiera otra expedición.
    Allá ellos, uno podría decir. Pero el problema está en que tal actitud fue seguida por otros países-tontos-útiles, Chile entre ellos, quienes le siguieron la corriente y cerraron el acceso a Antártica, no organizando ni dejando organizar nada similar. Algo que encuentro inexplicable puesto que Chile (y también Argentina) podrían haber utilizado la evidente cercanía geográfica para haber explorado completamente el continente (hombres y logística había). Es más, de habérselo propuesto, nuestro país podría perfectamente haber ascendido el Vinson antes que los EE.UU., una montaña que es clave puesto que está ubicada en un terreno que es sólo reclamado por Chile. Pero, claro, para pensar así, en grande, se requiere de un país con imaginación y coraje.
    Las razones por las cuales los estadounidenses no apoyaran más estas iniciativas, y pasaran derechamente a desalentarlas, se sustentaron en la importancia de la conservación del medio ambiente y, más relevante aún, en la preocupación acerca de la seguridad de los operativos. Si cualquier equipo que iba a Antártica recibía apoyo oficial, decían ellos, era esperable que un porcentaje de los anteriores requeriría rescate, lo cual eventualmente terminaría por distraer los ya escasos recursos destinados a la ciencia.
    Esta preocupación era y es válida, y es un problema que cualquier política antártica debe considerar (algo que pretendo abordar más adelante). Pero conceder que existe este problema, no significa ir a dar a la trampa en la que caen los burócratas, quienes ante el temor de que ocurran los accidentes, terminan por imponer la torpe política de "lo peligroso se prohibe". Al hacerlo no hacen más que dispararse en el pie ellos mismos, alejando de Antártica a los mejores elementos y debilitando así los intereses de los países a los cuales se suponen se deben.
    La situación anterior fue replicada casi sin excepción. Salvo el Reino Unido, quien tuvo un enfoque que, en mi opinión, Chile debió haber copiado hace mucho. Los británicos dieron prioridad a la ciencia y la presencia humana, pero toleraron que esa misma logística fuera usada por y para actividades "recreacionales". Eso permitió que durante las décadas de los 70 y 80, se formaran gratis varias generaciones de especialistas en terreno que, años después, se incorporarían o ayudarían a las instituciones o industrias británicas polares.
    Estoy consciente que esta discusión parece ser muy teórica, como si no tuviera una aplicación concreta. Pero, créanme, las tiene. Véanlo de otra manera; si tuvieran ustedes que contratar a alguien para que llevara a sus hijos a un paseo a los glaciares de la isla Livingston. ¿A quien contratarían? ¿A un guía formado por Sernatur en Reñaca, con 33 diplomas a cuestas? ¿O a un británico que ha estado visitando Antártica desde hace 20 años?
    O vean lo que está pasando con la toponimia. Si esas montañas de la Cordillera Centinela a las que hacía referencia antes hubieran sido ascendidas por chilenos, tendrían nombres como Neruda, Mistral o, si gustan, El Cuchuflí. Pero, ¿saben cómo se llaman? Apunten: Shinn, Tyree, Craddock, Anderson, Epperly, Gardner, Rutford, Ryan, Shear, Morris, Silverstein, Corbet, Clinch... Y el Vinson se llama así en honor al congresista Carl G. Vinson, del estado de Georgia, EE.UU., quien tuvo gran rol en la política norteamericana desde la década del 30 para apoyar sistemáticamente la exploración antártica.
    Esta simple noción, que en Antártica el montañismo es importante, cuesta de explicar en Chile porque, a pesar que repetimos majaderamente que nuestro país es de mar y cordillera, en realidad no somos más que un pueblo de valle, que es donde vivimos y nos realizamos. No es algo malo, no lo estoy criticando, tan solo constatar cómo es que somos.
    El montañismo es una disciplina marginal, sin prensa especializada, sin desarrollo y sin poder de influencia. Algo visto por el resto como inocuo, si es que no derechamente estúpido. Así es que decir que es EL instrumento que nos va quedando para apuntalar los derechos soberanos que Chile quiere establecer en Antártica... es herejía pura.
    Seguimos creyendo que para hacer presencia es mucho más importante darle espacio dentro de un avión de transporte a un bulldozer, en vez de entregárselo a un hipotético grupo de tres universitarios que deseen ir a subir un pico remoto en la tierra de Palmer.
    Cuando son estos invitados de piedra quienes realmente están llevando tierra chilena lejos. Allá donde el sol nunca se pone.
    Rodrigo Fica
    Montañista
    http://blogs.lasegunda.com

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