Investigando bajo el hielo.
Reportaje de Toni Polo publicado en www.elpais.com (España)
25/03/2007
Entramos en la base alemana de Neumayer, de investigación puntera. La única completamente bajo el hielo de la Antártida. Durante meses, nueve científicos viven allí. Estudian los cambios que afectan al continente blanco y miden las amenazas al planeta.
Cuatro anchos tubos sobresalen del suelo helado en pleno desierto antártico; un puñado de cables cuelgan desordenados y se pierden en la blancura del ambiente; antenas aparentemente colocadas sin ton ni son permanecen vigilantes; una rampa siniestra se abre en el suelo. No hay más señales. Es todo cuanto se ve en la superficie del hielo de Neumayer, una base científica antártica dependiente del Alfred Wegener Institute (AWI) de Bremerhaven (Alemania), situada en Atka Bay, en la zona del mar de Weddell. Los tubos son los respiraderos de la estación; los cables, el contacto con la caseta meteorológica, a dos kilómetros hacia el interior; las antenas, la comunicación con la civilización; la rampa, la entrada de los vehículos pesados. La estación de investigación hierve de actividad dos metros más abajo, totalmente sepultada en el hielo.
En la base se espera la llegada del Polarstern, un buque rompehielos, auténtica joya de la ciencia oceanográfica alemana, que dos o tres veces al año, durante los meses del verano austral, entre diciembre y marzo, acude a Neumayer para abastecerla: grúas, motos de nieve, combustible, recambios de maquinaria, comida, bebida, ropa y nuevos científicos. Investigadores que analizarán durante esos meses cálidos, en los que la temperatura se acerca a los cero grados, aunque pocas veces los alcanza, todos los aspectos de la geofísica, la química del aire y la meteorología, las tres grandes áreas de estudio en las que Neumayer es puntera.
La bienvenida a los visitantes siempre es efusiva. Algunos de los habitantes permanentes de la estación se quedan 15 meses en los casi 3.000 metros cuadrados de la base, dispuestos en dos largas estructuras metálicas cilíndricas de 90 metros de largo por ocho de diámetro, conectadas por un pasillo más estrecho y por un tercer gran tubo en el que están aparcados los vehículos pesados, los contenedores, las motos de nieve.
Alrededor de estos ermitaños polares, siempre las mismas caras, las mismas voces, los mismos gestos. Por eso el recibimiento es casi una fiesta, pero efímera: "Tanta gente en un solo día nos altera un poco", reconoce un geofísico de la base. "Está bien, pero al ver sólo a ocho personas durante tanto tiempo, la llegada de nuevos científicos nos llega a agobiar enseguida".
A la base se accede subiendo unas escaleras que conducen a la cima de una de las torres metálicas que despuntan del hielo, a unos tres metros de altura. Está elevada porque, durante el invierno, el nivel del hielo aumenta y casi alcanza la puerta. Dentro de la base todo está perfectamente organizado. "En un espacio cerrado del que no tienes posibilidad de escapatoria, el orden es fundamental", comenta Covadonga Orejas, ecóloga especialista en bentos del Institut de les Ciències del Mar (ICM) de Barcelona, y visitante de la Neumayer. "El caos puede ser la perdición". Por eso un orden casi maniático impera en toda la base. En uno de los tubos que la componen se acumulan los dormitorios, lavabos y duchas, una de las dos centrales eléctricas, un almacén, los laboratorios de geofísica y de meteorología y el hospital, un quirófano preparado para realizar operaciones de consideración: "Aquí nadie puede atendernos y, en caso de accidente, hay que estar preparados", comenta Ursula Wilk, la médica que estuvo a cargo de Neumayer durante 15 meses hace dos años.
En la otra ala de la base es donde más conviven los estudiosos. Allí está la cocina, la acogedora sala de estar, un gimnasio, la administración, la sala de radio, un taller, otra central eléctrica y el fundidor de nieve, donde se remineraliza y potabiliza el agua de nieve, utilizándose tanto para las duchas como para beber, tras pasar por una serie de sistemas de esterilización.
En los últimos años, la tecnología ha cambiado la vida de los hibernantes. Lars, un telegrafista que estuvo nueve meses en Neumayer en 2000, con sólo 19 años, se quejaba amargamente de las condiciones de entonces: "A veces conseguimos conectar vía satélite con la televisión surafricana. Pero la mayoría del tiempo permanecemos incomunicados por la sombra electromagnética y las fuertes tormentas de iones, auroras australes". A pesar de que en los polos hay una actividad magnética mayor que en otras partes de la atmósfera, lo que puede provocar interferencias en los diversos aparatos de transmisión, actualmente, los científicos pueden conectarse permanentemente a Internet, ver películas en ordenadores portátiles con discos duros de 400 gigas y escuchar miles de canciones en un MP3.
Desde 1996, la base es mixta. Hasta entonces, los equipos de científicos los componían exclusivamente hombres. La mezcla de géneros no ha supuesto ningún problema. "La gente que viene aquí es elegida por un comité específico y tiene que superar unas pruebas físicas y, sobre todo, psicológicas", explica Ursula Wilk. "Tienes que venir muy mentalizado, porque un comportamiento que en tu casa te puede parecer una rutina, aquí se le puede hacer insoportable a alguien. Y si se envenena la convivencia, no hay escapatoria posible".
Todos los expedicionarios que viajan a la Antártida reciben un curso en el AWI concienciándolos de otra cuestión importante: el reciclaje. En Neumayer se recicla absolutamente todo. El Polarstern se lleva a Alemania cualquier resto, cualquier basura, hasta las heces de los científicos.
En su último viaje antes del invierno, el buque abandonará la Antártida hasta el año siguiente, dejando en la base a nueve personas: un médico, que hará las funciones de jefe de la base, dos meteorólogos, dos geofísicos, un ingeniero, un electricista, un radiotelegrafista y un cocinero. Hasta que el barco regrese, nueve meses después, su único contacto con la civilización será por radio, teléfono o correo electrónico. Se hará el silencio. "Todos tenemos la experiencia del silencio en la montaña", comentó en cierta ocasión la veterana bióloga Pepita Castellví, pionera de la investigación antártica española. "Pero es un silencio de rumor de hojas, de canto de pájaro, de murmullo de agua. En la Antártida, cuando no sopla el viento, reina el silencio cósmico. Crees haber ensordecido".
Las condiciones son severas. "Los dos meses de oscuridad, mayo y junio, son muy duros, aunque de vez en cuando disfrutamos de luces polares o de una maravillosa claridad de la Luna que nos permite salir", recuerda Uwe Kapieske, el médico que estuvo al frente de Neumayer durante 15 meses, entre 2003 y 2004. "Sin embargo, cuando apareció el Sol, aún permanecimos más tiempo encerrados, puesto que el viento nos impedía hasta asomarnos al exterior". Las ráfagas de más de 200 kilómetros por hora en pleno invierno hacen bajar la temperatura real mucho más de 50 grados bajo cero, y nublan completamente la visibilidad.
El viento es, precisamente, una de las causas que ha hecho de Neumayer una estación enterrada en un glaciar. En aquella zona, la tierra está a unos 200 metros bajo el hielo. "Hay dos opciones", comenta Josep Maria Gili, ecólogo marino del ICM: "O se construye sobre la superficie helada, expuesta a los vientos gélidos, o se sumerge en el hielo y se obtiene una temperatura siempre constante y gobernable". El resultado es un ejemplo de ingeniería: una obra equipada con la más moderna tecnología adaptada para vivir y trabajar durante todo el año, la única base antártica construida entera bajo el hielo.
Este hecho acarrea un problema: la estación está en continuo movimiento. Por un lado, la estructura, más oscura que la superficie, absorbe más calor y va derritiendo el hielo, hundiéndose constantemente; por otro, el corrimiento típico del glaciar provoca que no deje de desplazarse. Todo ello hace que la estructura aguante unos 15 años. La primera base, que rindió homenaje con su nombre al científico Georg von Neumayer (1826-1909), gran promotor de la investigación antártica alemana, data de 1981; 11 años más tarde se mudaron a otra recién construida, la que sigue ahora funcionando. En febrero de 2009 está previsto que la actividad científica se traslade a Neumayer III, una construcción en la que ya se trabaja. Como existe el compromiso de no abandonar nada, ni el tornillo más pequeño, en la Antártida, el desmantelamiento de Neumayer tiene que ser total y requiere una operación muy lenta que puede durar décadas.
En Neumayer coinciden dos grupos de científicos. Los permanentes y los pasajeros, que sólo se quedan un par de meses y, a menudo, fuera de la base, en el Polarstern o en sofisticadas tiendas de campaña adecuadas al frío.
Neumayer es una de las bases científicas permanentes que hay en la Antártida. Otras, sólo están operativas durante el verano. Pero nunca se había hecho tan necesario visitar de forma constante el continente más inexplorado del planeta como ahora. El cambio climático y las aceleradas transformaciones que está registrando la Tierra se perciben perfectamente en la Antártida: el retroceso del hielo, la mayor frecuencia de icebergs a la deriva, el declive de las poblaciones de krill y pingüinos, la invasión de algunas especies nuevas en los fondos de la Antártida crean incertidumbre respecto al futuro de este continente.
Neumayer es un centro de gran importancia en investigaciones relativas a la química del aire, a la meteorología y a la geofísica. Buena parte de esta investigación se realiza a través del hielo. Desde su formación, hace más de un millón de años, el hielo antártico ha atrapado precipitaciones, gases, moléculas y polvo que aportan incalculable información sobre las condiciones ambientales prehistóricas. La relación entre la concentración de CO2 atmosférico aprisionado en forma de burbujas y la temperatura de formación del hielo pone en evidencia el impacto del efecto invernadero. Se ha detectado a la perfección la explosión demográfica, el comienzo de la industrialización, el desarrollo del automóvil, los ensayos nucleares de hace medio siglo.
El estudio de la química del aire permite hacer un seguimiento del ozono y de las partículas de aerosol. La extrema pureza del aire de este lugar hace que estas partículas sean consideradas como punto de referencia de otros lugares del planeta. Estos especialistas, además, detectan contaminantes que lleguen desde el área civilizada a través del complejo sistema de corrientes de aire. Los geofísicos registran continuamente los cambios temporales del campo magnético de la Tierra, los movimientos de la plataforma del hielo y la localización de terremotos. Los meteorólogos han creado un observatorio diseñado para hacer un seguimiento detallado de los cambios de la radiación solar a lo largo de los años; buscan y anotan las perturbaciones, la intensidad y la frecuencia de las tormentas, los mínimos y máximos de temperatura... "Es un trabajo que hay que hacer durante todo el año y sólo se puede llevar a cabo desde allí", explica Matias Bender, un geofísico alemán que ha vivido dos veces la experiencia invernal antártica en Neumayer. "Tenemos instalados sensores permanentes en glaciares, globos con los que controlamos la capa de ozono, aparatos para todo tipo de mediciones".
En realidad, la tarea de los científicos hibernantes es muy rutinaria, aunque a veces tienen que lidiar con experimentos más originales. Bender tuvo en el año 2000 un cometido de verdadera responsabilidad que le llevó unas cuantas semanas en la base: "Fue una misión especial", recuerda. "Tenía que controlar una instalación de infrasonidos y ajustarla al nivel de la nieve. Las señales de entrada se procesarían a través de un monitor y se almacenarían. Estas señales se transmitían directamente desde la Antártida por satélite a Viena, donde se encuentran las autoridades internacionales de la energía atómica. A ese centro llegaban también otras señales procedentes de diversas estaciones de medición, de forma que los especialistas de Austria podían, tras una valoración, saber exactamente dónde se efectuaban pruebas con armas atómicas".
Más relevancia geoestratégica: las corrientes de aguas profundas, las que hacen mover los océanos, se recargan en un 80% en el norte del mar de Weddell, donde se halla Neumayer. Cualquier alteración en este sistema puede afectar a todo el mundo: elevación de la temperatura del agua, deshielos, aumento del nivel del mar.
Además, la atmósfera de la Antártida tiene un interés específico debido a la dinámica de los vientos y a que éstos circulan en áreas extremadamente secas (llueve tan poco como en el Sáhara), lo que crea un anticiclón casi permanente en medio del continente responsable de las bajísimas temperaturas (el récord se midió en 1983 en la base rusa de Vostok: -89,3 grados centígrados), que convierten el territorio en un auténtico desierto helado.
Por otro lado, al ser un área tan inexplorada, los organismos que viven en la Antártida han sufrido muy pocos cambios provocados por el ser humano. Una reciente hipótesis desarrollada por el equipo del ecólogo marino Josep Maria Gili considera que la fauna del mar de Wedell puede ser un reducto de organismos desarrollados en el cretácico (hace entre 146 y 65 millones de años). Esos organismos, al encontrarse bajo el hielo, estaban acostumbrados a unas condiciones de vida muy duras marcadas por largos periodos de falta de alimento y luz solar, y bajas temperaturas.
Ya ha llegado marzo; vuelve el invierno a Neumayer, y con él reina de nuevo el silencio cósmico. Nadie se percatará de que, a dos o tres metros bajo el hielo y a miles de kilómetros de la civilización, nueve científicos y personal de mantenimiento trabajan por mantener el equilibrio climático del planeta.
Reportaje de Toni Polo publicado en www.elpais.com (España)
25/03/2007
Entramos en la base alemana de Neumayer, de investigación puntera. La única completamente bajo el hielo de la Antártida. Durante meses, nueve científicos viven allí. Estudian los cambios que afectan al continente blanco y miden las amenazas al planeta.
Cuatro anchos tubos sobresalen del suelo helado en pleno desierto antártico; un puñado de cables cuelgan desordenados y se pierden en la blancura del ambiente; antenas aparentemente colocadas sin ton ni son permanecen vigilantes; una rampa siniestra se abre en el suelo. No hay más señales. Es todo cuanto se ve en la superficie del hielo de Neumayer, una base científica antártica dependiente del Alfred Wegener Institute (AWI) de Bremerhaven (Alemania), situada en Atka Bay, en la zona del mar de Weddell. Los tubos son los respiraderos de la estación; los cables, el contacto con la caseta meteorológica, a dos kilómetros hacia el interior; las antenas, la comunicación con la civilización; la rampa, la entrada de los vehículos pesados. La estación de investigación hierve de actividad dos metros más abajo, totalmente sepultada en el hielo.
En la base se espera la llegada del Polarstern, un buque rompehielos, auténtica joya de la ciencia oceanográfica alemana, que dos o tres veces al año, durante los meses del verano austral, entre diciembre y marzo, acude a Neumayer para abastecerla: grúas, motos de nieve, combustible, recambios de maquinaria, comida, bebida, ropa y nuevos científicos. Investigadores que analizarán durante esos meses cálidos, en los que la temperatura se acerca a los cero grados, aunque pocas veces los alcanza, todos los aspectos de la geofísica, la química del aire y la meteorología, las tres grandes áreas de estudio en las que Neumayer es puntera.
La bienvenida a los visitantes siempre es efusiva. Algunos de los habitantes permanentes de la estación se quedan 15 meses en los casi 3.000 metros cuadrados de la base, dispuestos en dos largas estructuras metálicas cilíndricas de 90 metros de largo por ocho de diámetro, conectadas por un pasillo más estrecho y por un tercer gran tubo en el que están aparcados los vehículos pesados, los contenedores, las motos de nieve.
Alrededor de estos ermitaños polares, siempre las mismas caras, las mismas voces, los mismos gestos. Por eso el recibimiento es casi una fiesta, pero efímera: "Tanta gente en un solo día nos altera un poco", reconoce un geofísico de la base. "Está bien, pero al ver sólo a ocho personas durante tanto tiempo, la llegada de nuevos científicos nos llega a agobiar enseguida".
A la base se accede subiendo unas escaleras que conducen a la cima de una de las torres metálicas que despuntan del hielo, a unos tres metros de altura. Está elevada porque, durante el invierno, el nivel del hielo aumenta y casi alcanza la puerta. Dentro de la base todo está perfectamente organizado. "En un espacio cerrado del que no tienes posibilidad de escapatoria, el orden es fundamental", comenta Covadonga Orejas, ecóloga especialista en bentos del Institut de les Ciències del Mar (ICM) de Barcelona, y visitante de la Neumayer. "El caos puede ser la perdición". Por eso un orden casi maniático impera en toda la base. En uno de los tubos que la componen se acumulan los dormitorios, lavabos y duchas, una de las dos centrales eléctricas, un almacén, los laboratorios de geofísica y de meteorología y el hospital, un quirófano preparado para realizar operaciones de consideración: "Aquí nadie puede atendernos y, en caso de accidente, hay que estar preparados", comenta Ursula Wilk, la médica que estuvo a cargo de Neumayer durante 15 meses hace dos años.
En la otra ala de la base es donde más conviven los estudiosos. Allí está la cocina, la acogedora sala de estar, un gimnasio, la administración, la sala de radio, un taller, otra central eléctrica y el fundidor de nieve, donde se remineraliza y potabiliza el agua de nieve, utilizándose tanto para las duchas como para beber, tras pasar por una serie de sistemas de esterilización.
En los últimos años, la tecnología ha cambiado la vida de los hibernantes. Lars, un telegrafista que estuvo nueve meses en Neumayer en 2000, con sólo 19 años, se quejaba amargamente de las condiciones de entonces: "A veces conseguimos conectar vía satélite con la televisión surafricana. Pero la mayoría del tiempo permanecemos incomunicados por la sombra electromagnética y las fuertes tormentas de iones, auroras australes". A pesar de que en los polos hay una actividad magnética mayor que en otras partes de la atmósfera, lo que puede provocar interferencias en los diversos aparatos de transmisión, actualmente, los científicos pueden conectarse permanentemente a Internet, ver películas en ordenadores portátiles con discos duros de 400 gigas y escuchar miles de canciones en un MP3.
Desde 1996, la base es mixta. Hasta entonces, los equipos de científicos los componían exclusivamente hombres. La mezcla de géneros no ha supuesto ningún problema. "La gente que viene aquí es elegida por un comité específico y tiene que superar unas pruebas físicas y, sobre todo, psicológicas", explica Ursula Wilk. "Tienes que venir muy mentalizado, porque un comportamiento que en tu casa te puede parecer una rutina, aquí se le puede hacer insoportable a alguien. Y si se envenena la convivencia, no hay escapatoria posible".
Todos los expedicionarios que viajan a la Antártida reciben un curso en el AWI concienciándolos de otra cuestión importante: el reciclaje. En Neumayer se recicla absolutamente todo. El Polarstern se lleva a Alemania cualquier resto, cualquier basura, hasta las heces de los científicos.
En su último viaje antes del invierno, el buque abandonará la Antártida hasta el año siguiente, dejando en la base a nueve personas: un médico, que hará las funciones de jefe de la base, dos meteorólogos, dos geofísicos, un ingeniero, un electricista, un radiotelegrafista y un cocinero. Hasta que el barco regrese, nueve meses después, su único contacto con la civilización será por radio, teléfono o correo electrónico. Se hará el silencio. "Todos tenemos la experiencia del silencio en la montaña", comentó en cierta ocasión la veterana bióloga Pepita Castellví, pionera de la investigación antártica española. "Pero es un silencio de rumor de hojas, de canto de pájaro, de murmullo de agua. En la Antártida, cuando no sopla el viento, reina el silencio cósmico. Crees haber ensordecido".
Las condiciones son severas. "Los dos meses de oscuridad, mayo y junio, son muy duros, aunque de vez en cuando disfrutamos de luces polares o de una maravillosa claridad de la Luna que nos permite salir", recuerda Uwe Kapieske, el médico que estuvo al frente de Neumayer durante 15 meses, entre 2003 y 2004. "Sin embargo, cuando apareció el Sol, aún permanecimos más tiempo encerrados, puesto que el viento nos impedía hasta asomarnos al exterior". Las ráfagas de más de 200 kilómetros por hora en pleno invierno hacen bajar la temperatura real mucho más de 50 grados bajo cero, y nublan completamente la visibilidad.
El viento es, precisamente, una de las causas que ha hecho de Neumayer una estación enterrada en un glaciar. En aquella zona, la tierra está a unos 200 metros bajo el hielo. "Hay dos opciones", comenta Josep Maria Gili, ecólogo marino del ICM: "O se construye sobre la superficie helada, expuesta a los vientos gélidos, o se sumerge en el hielo y se obtiene una temperatura siempre constante y gobernable". El resultado es un ejemplo de ingeniería: una obra equipada con la más moderna tecnología adaptada para vivir y trabajar durante todo el año, la única base antártica construida entera bajo el hielo.
Este hecho acarrea un problema: la estación está en continuo movimiento. Por un lado, la estructura, más oscura que la superficie, absorbe más calor y va derritiendo el hielo, hundiéndose constantemente; por otro, el corrimiento típico del glaciar provoca que no deje de desplazarse. Todo ello hace que la estructura aguante unos 15 años. La primera base, que rindió homenaje con su nombre al científico Georg von Neumayer (1826-1909), gran promotor de la investigación antártica alemana, data de 1981; 11 años más tarde se mudaron a otra recién construida, la que sigue ahora funcionando. En febrero de 2009 está previsto que la actividad científica se traslade a Neumayer III, una construcción en la que ya se trabaja. Como existe el compromiso de no abandonar nada, ni el tornillo más pequeño, en la Antártida, el desmantelamiento de Neumayer tiene que ser total y requiere una operación muy lenta que puede durar décadas.
En Neumayer coinciden dos grupos de científicos. Los permanentes y los pasajeros, que sólo se quedan un par de meses y, a menudo, fuera de la base, en el Polarstern o en sofisticadas tiendas de campaña adecuadas al frío.
Neumayer es una de las bases científicas permanentes que hay en la Antártida. Otras, sólo están operativas durante el verano. Pero nunca se había hecho tan necesario visitar de forma constante el continente más inexplorado del planeta como ahora. El cambio climático y las aceleradas transformaciones que está registrando la Tierra se perciben perfectamente en la Antártida: el retroceso del hielo, la mayor frecuencia de icebergs a la deriva, el declive de las poblaciones de krill y pingüinos, la invasión de algunas especies nuevas en los fondos de la Antártida crean incertidumbre respecto al futuro de este continente.
Neumayer es un centro de gran importancia en investigaciones relativas a la química del aire, a la meteorología y a la geofísica. Buena parte de esta investigación se realiza a través del hielo. Desde su formación, hace más de un millón de años, el hielo antártico ha atrapado precipitaciones, gases, moléculas y polvo que aportan incalculable información sobre las condiciones ambientales prehistóricas. La relación entre la concentración de CO2 atmosférico aprisionado en forma de burbujas y la temperatura de formación del hielo pone en evidencia el impacto del efecto invernadero. Se ha detectado a la perfección la explosión demográfica, el comienzo de la industrialización, el desarrollo del automóvil, los ensayos nucleares de hace medio siglo.
El estudio de la química del aire permite hacer un seguimiento del ozono y de las partículas de aerosol. La extrema pureza del aire de este lugar hace que estas partículas sean consideradas como punto de referencia de otros lugares del planeta. Estos especialistas, además, detectan contaminantes que lleguen desde el área civilizada a través del complejo sistema de corrientes de aire. Los geofísicos registran continuamente los cambios temporales del campo magnético de la Tierra, los movimientos de la plataforma del hielo y la localización de terremotos. Los meteorólogos han creado un observatorio diseñado para hacer un seguimiento detallado de los cambios de la radiación solar a lo largo de los años; buscan y anotan las perturbaciones, la intensidad y la frecuencia de las tormentas, los mínimos y máximos de temperatura... "Es un trabajo que hay que hacer durante todo el año y sólo se puede llevar a cabo desde allí", explica Matias Bender, un geofísico alemán que ha vivido dos veces la experiencia invernal antártica en Neumayer. "Tenemos instalados sensores permanentes en glaciares, globos con los que controlamos la capa de ozono, aparatos para todo tipo de mediciones".
En realidad, la tarea de los científicos hibernantes es muy rutinaria, aunque a veces tienen que lidiar con experimentos más originales. Bender tuvo en el año 2000 un cometido de verdadera responsabilidad que le llevó unas cuantas semanas en la base: "Fue una misión especial", recuerda. "Tenía que controlar una instalación de infrasonidos y ajustarla al nivel de la nieve. Las señales de entrada se procesarían a través de un monitor y se almacenarían. Estas señales se transmitían directamente desde la Antártida por satélite a Viena, donde se encuentran las autoridades internacionales de la energía atómica. A ese centro llegaban también otras señales procedentes de diversas estaciones de medición, de forma que los especialistas de Austria podían, tras una valoración, saber exactamente dónde se efectuaban pruebas con armas atómicas".
Más relevancia geoestratégica: las corrientes de aguas profundas, las que hacen mover los océanos, se recargan en un 80% en el norte del mar de Weddell, donde se halla Neumayer. Cualquier alteración en este sistema puede afectar a todo el mundo: elevación de la temperatura del agua, deshielos, aumento del nivel del mar.
Además, la atmósfera de la Antártida tiene un interés específico debido a la dinámica de los vientos y a que éstos circulan en áreas extremadamente secas (llueve tan poco como en el Sáhara), lo que crea un anticiclón casi permanente en medio del continente responsable de las bajísimas temperaturas (el récord se midió en 1983 en la base rusa de Vostok: -89,3 grados centígrados), que convierten el territorio en un auténtico desierto helado.
Por otro lado, al ser un área tan inexplorada, los organismos que viven en la Antártida han sufrido muy pocos cambios provocados por el ser humano. Una reciente hipótesis desarrollada por el equipo del ecólogo marino Josep Maria Gili considera que la fauna del mar de Wedell puede ser un reducto de organismos desarrollados en el cretácico (hace entre 146 y 65 millones de años). Esos organismos, al encontrarse bajo el hielo, estaban acostumbrados a unas condiciones de vida muy duras marcadas por largos periodos de falta de alimento y luz solar, y bajas temperaturas.
Ya ha llegado marzo; vuelve el invierno a Neumayer, y con él reina de nuevo el silencio cósmico. Nadie se percatará de que, a dos o tres metros bajo el hielo y a miles de kilómetros de la civilización, nueve científicos y personal de mantenimiento trabajan por mantener el equilibrio climático del planeta.
Ver más información en:
http://simonc.f2o.org/south/archives/000151.php
http://www.awi.de/en/infrastructure/stations/neumayer_station/
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