Publicado en El Universal Online
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México, Lunes 20 de marzo de 2006
Una roca procedente del espacio exterior permaneció oculta durante aproximadamente 13 mil años tras su caída a la Tierra, hasta el 27 de diciembre de 1984, cuando fue descubierta en un campo de hielo ubicado en la Antártida por Roberta Score, miembro del equipo de caza-meteoritos de la Fundación Nacional de Ciencia estadounidense, durante una expedición del Instituto Smithsoniano.
"El meteorito, de mil 931 gramos de peso y aspecto inusual, tenía un color muy verde. Ello me hizo pensar que se trataba de algo muy raro", dijo en su momento la investigadora. Sin embargo ni ella ni nadie se había percatado de la importancia que cobraría su descubrimiento, ni de la polémica que desataría hasta transcurridos nueve años, cuando un equipo de científicos anunció al mundo que dentro de la roca se encontraron pistas de lo que podría haber sido una forma de vida extraterrestre.
Desde entonces, el ALH84001, de apenas el tamaño de una papa, ha dividido las opiniones de los estudiosos alrededor del mundo sobre si lo que se encontró contiene o no vestigios de vida extraterrestre o fue sólo producto de la contaminación que sufrió el meteorito al chocar con la Tierra.
Estudios basados en datos de exposición a rayos cósmicos indican que, antes de precipitarse en la Antártida, la roca viajó por el espacio alrededor de 16 millones de años, tras haberse desprendido de la superficie marciana debido al posible impacto de un meteorito de grandes proporciones o a la colisión de un cometa.
El ALH84001 debió alcanzar al menos una velocidad de cinco kilómetros por segundo -más de 11 mil kilómetros por hora- para poder escapar de la gravedad del planeta rojo y evitar así quedar atrapado en su órbita.
Para que ello ocurriera fue necesario que el objeto que se estrelló en la superficie marciana tuviera un tamaño aproximado de 165 por 73 metros, es decir más grande que una cancha de futbol, y haber viajado a una velocidad de 10 kilómetros por segundo, más de 22 mil kilómetros por hora. El impacto producido por un choque de esa magnitud sería equivalente al del mayor artefacto nuclear que se ha detonado en la Tierra.
Según James Head, de la Universidad de Arizona, un evento como ese ocurre cada 200 mil años aproximadamente en Marte y de acuerdo con la mecánica celeste, "7.5% del material desprendido tiene como destino final la Tierra. Más de la mitad de esos meteoritos aterrizan alrededor de 10 millones de años después de producido el choque." De ahí que la teoría de que cada mes llega una roca del cuarto planeta del Sistema Solar al nuestro no resulta descabellada.
Independientemente de que el mineral marciano contenga o no rastros de vida, las evidencias de que el meteorito alguna vez formó parte del planeta rojo son concluyentes, pues están sustentadas en análisis de los gases atrapados en su interior, los cuales concuerdan con los registrados por la sonda Viking en la atmósfera marciana.
Algunos especialistas afirman que el ALH84001 se formó en Marte hace 4 mil 500 millones de años y que agua líquida, rica en dióxido de carbono, se filtró en su interior hace unos 3 mil 600 millones de años. A partir de estudios realizados en ciertas formaciones semejantes a las bacterianas en su interior, el 6 de agosto de 1996 la NASA anunció al mundo la posible existencia de una primitiva forma de vida microscópica en ese planeta.
Sin embargo, dos años más tarde, el 16 de enero de 1998, a partir de evidencias proporcionadas por el Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California, la revista Science publicó un artículo en el que se puso en duda dicha posibilidad, dado que existían "pruebas claras de contaminación del hielo antártico circundante en el meteorito", mismas que podrían haber contenido los presuntos restos de vida.
La polémica sigue ocupando un sitio importante en la agenda de los especialistas, pues no se ha descartado del todo el posible origen marciano de la muestra de vida extraída del meteorito. De resultar cierta esa teoría estaríamos hablando de la primera prueba fehaciente de vida extraterrestre, lo que de paso validaría la hipótesis de la panspermia, según la cual la simiente de la vida se halla dispersa por todo el universo y la vida en la Tierra comenzó con su llegada al planeta.
En este punto cabe recordar que hay evidencias de que existen bacterias que tienen la capacidad de sobrevivir en el espacio por periodos prolongados, así como preguntarse si fueron los meteoritos que portaban primitivas formas de vida marciana los que generaron la vida en la Tierra, o como afirma Richard Zare, químico que trabajó con la roca "¿es posible pensar que realmente todos somos marcianos?" ¿Quién tendrá la razón? (Con información de The New York Times, NASA JPL, Science, Astronomy Magazine, American Association for the Advancement of Science y space.com)
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