sábado, mayo 22, 2004

Científicos españoles demuestran que «autopistas de viento» dispersan plantas por el hemisferio sur
La investigación fue realizada con datos de un satélite de la NASA y sobre líquenes, musgos, hepáticas y helechos en cinco continentes y decenas de islas
A. AGUIRRE DE CÁRCER/

MADRID. En el año 1845, a su regreso de la Antártida como integrante de la expedición de James Ross, el médico británico Joseph Dalton Hooker propuso por primera vez en su obra «La botánica de un viaje antártico» que el viento, las tormentas o las corrientes de agua pueden ser vehículos pasivos para el transporte a gran distancia de plantas y animales. Desde hace siglo y medio, esa posibilidad fue invocada recurrentemente para explicar la similitud de la flora en zonas continentales e islas muy alejadas entre sí en el hemisferio sur. Sin embargo, muchos investigadores ponían en duda la influencia dispersora del viento por la ausencia de resultados experimentales que confirmen esa hipótesis. La explicación con más apoyos era que esa semejanza florística se debía a la antigua unión de todas las masas terrestres en un único supercontinente llamado «Gondwana», que comenzó a fragmentarse hace 135 millones de años, llevándose cada parte las mismas especies de plantas.

Pero hoy, en el primer estudio acometido íntegramente por un grupo español que consigue la portada de la revista «Science», se demuestra que las corrientes de viento influyen más que la proximidad geográfica en la dispersión de plantas y que este fenómeno constante es una explicación mucho más plausible para la asombrosa similitud en la flora del hemisferio sur. Los autores de esta destacada investigación, tan contundente en sus resultados como elegante en su método científico, son cinco investigadores del Real Jardín Botánico (Jesús Muñoz y Francisco Cabezas) y de las Universidades Complutense (Ana Rosa Burgaz), Juan Carlos I (Isabel Martínez) y de Extremadura (Ángel Felicísimo).

Costes de dispersión

El investigador Jesús Muñoz explicó a ABC que para realizar este estudio se analizaron las similitudes entre 1.851 especies de musgos, hepáticas, líquenes y helechos que crecen en 27 lugares distantes del sur de África y América, Australia, Antártida y Nueva Zelanda así como en decenas de islas del hemisferio sur. Para comprobar si la similitud florística mostraba un patrón de distribución que encajaba con el del régimen de vientos en el hemisferio sur, estos especialistas en botánica utilizaron datos recabados entre junio de 1999 y marzo de 2003 por el satélite «QuikSCAT», lanzado por la NASA en 1999 con un instrumento que mide, con una resolución espacial de 25 kilómetros, la velocidad y dirección de los vientos en los océanos. La información recopilada permitió realizar mapas del hemisferio sur con estimaciones de los «costes» de dispersión por vientos entre esos 27 puntos geográficos distantes. En total se lograron 139 pares de mapas donde pueden apreciarse los distintos niveles de facilidad y dificultad con los que una partícula podía desplazarse, durante el periodo estudiado, entre todos esos lugares, utilizando las corrientes de viento.

Con esos mapas pudo explicarse cómo puntos muy lejanos, separados por 8.000 kilómetros de distancia, comparten más especies que lugares que están cuatro veces más próximos. La razón avalada por la información del satélite «QuikSCAT» es que los primeros puntos están conectados por esas «autopistas de viento» que pueden transportar con facilidad esporas o fragmentos de plantas a miles de kilómetros de distancia. «La conectividad por viento explica muchísimo mejor que cualquier otra hipótesis por qué, por ejemplo, la flora de Suramérica se parece tanto a la de la isla de Bouvet», explica Muñoz.

Análisis genéticos

Este investigador precisa que el objetivo ahora es afianzar esos datos con información sobre similitudes genéticas entre doce especies representativas que estén en el mayor número posible de islas. Con el análisis de zonas de sus genomas, «queremos ver si esos parecidos genéticos tienen un alto grado de asociación con esas autopistas de viento», dice Jesús Muñoz.

Este estudio se enfrentó a problemas metodológicos complejos porque la flora no cambia en los emplazamientos analizados, pero los patrones de viento varían cada día. Sin embargo, el grupo español pudo sortear las dificultades y elaborar estos mapas de estimaciones de coste que pueden tener diversas aplicaciones prácticas, como la previsión de posibles dispersiones de plagas y patógenos. Jesús Muñoz añade que podrían servir también para evaluar «qué puede pasar en una situación de cambio global, qué áreas pueden ser colonizadas y con qué flora».

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