Nota publicada en www.abc.es
22set07
Por ÀLEX GUBERN BARCELONA.
Por fin, un pregón ortodoxo. Después de años de experimentación y cuando no cierta polémica -en 2006 lo fue lingüística, con una Elvira Lindo convertida en involuntario «punching ball» de la intransigencia-, Barcelona pudo por fin inaugurar su fiesta mayor con un pregón, por llamarlo de alguna manera, de corte clásico. Abajo en plaza Sant Jaume, todo se escribió según el guión: alguna protesta aislada, cientos de barceloneses y «guiris» intentando seguir la lectura a través de pantallas y un ambiente de expectación ante los tres días de fiesta que se inauguran.
El pregón lo pronunció la oceanógrafa Josefina Castellví, y contuvo todo lo que se puede esperar de una lectura de estas características: paseo nostálgico por la Barcelona de la infancia, riguroso orden cronológico, una visión siempre amable de la ciudad y un prolijo chapuzón en el campo en el que la pregonera más segura se siente: la ciencias en general, y en su caso concreto, las simas marinas y los hielos antárticos.
Entre la ciencia y la poesía
Alentada por el hecho de que este 2007 es en Barcelona el «año de la ciencia», Castellví vino a realizar una apología del conocimiento científico, una defensa de la investigación en un campo, el de la oceanografía, que todavía conserva el espíritu de la gran aventura, el aroma de los pioneros que forjaron en las expediciones árticas una mitología propia. Una invitación también a la implicación de Barcelona en la aventura del conocimiento: vía 22@, vía superodenador Mare Nostrum, vía sincotrón.., con el aval de una ciudad que entre sus muros tiene instituciones como el Parc de Recerca Biomédica, u hospitales que llevan décadas, cuando no algo más de un siglo, a la cabeza de la investigación médica, como Sant Pau o el Clínic, y más recientemente, Vall d´Hebron o el Mar.
Con sus 72 años, habló Castellví de la casa en la que se formó y creció como científica, el Instituto de las Ciencias del Mar, para luego saltar, en un recorrido que nunca abandonó la traza del descubrimiento y el tono de clase magistral, entre el recuerdo y la poética de lo racional.
Se lanzó Castellví al abismo de la fosa de las Marianas -11.000 metros de profundidad-, para luego escalar hasta las ciclópeas masas antárticas, que acumulan en sus entrañas hielos con más de 20 millones de años de antigüedad, dentro de los cuales, las burbujas de aire atrapadas nos dan información de la génesis de nuestro propio planeta, como si se tratase de un soplo de aire del pasado más remoto. Castellví, al frente de la base Antártica Española, instalada en la Isla Livingstone desde 1988 y a cuyo impulsó contribuyó de manera decisiva, realizó una encendida defensa de la investigación en esos parajes, la única manera de acceder al disco duro de la memoria de los hielos, auténticos fósiles de agua.
Como si embarcase en una más de las 36 campañas oceanográficas que ha protagonizado, Castellví recorrió primero el Eixample de su infancia -en uno de cuyos pisos nació y vive todavía-, recordando como su madre, en una noche de bombardeo durante la Guerra Civil, renunció a ir al refugio, y tomando a la niña en brazos la asomó al balcón para que en su memoria se grabase a fuego el horror de la guerra mientras caían las bombas sobre la ciudad. Paseó luego por la Rambla de las flores hasta llegar a las plazoletas del barrio Gótico, y de allí a la Ribera y Santa Maria del Mar, donde con un salto cronológico se aupó luego a lo más alto del palau Sant Jordi Olímpico y la euforia del 92.
Viaje en el tiempo y en el espacio para concluir con una cita de Ernest Shakletone, el gran héroe de la Antártida: «Las regiones polares dejan una huella en quienes han luchado por ellos, la profundidad de la cual no se explican fácilmente los hombres que no han salido del mundo civilizado». Tras el pregón, y protegiéndose de la ventisca polar que trajo Castellví al Saló de Cent, los barceloneses se asomaron a una ciudad lista para tres días de fiesta mayor: no una odisea antártica, pero casi.
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