Turismo Antártico como, la herramienta del siglo XXI para ejercer soberanía
Por Rodrigo Fica (Chile)
Publicado en http://blogs.lasegunda.com
29 ago 08
Que el Turismo Antártico se hubiese convertido en una realidad no sólo terminó por destruir el monopolio de acceso que la Nomenklatura tenía, sino que además planteó a los países un nuevo desafío acerca de cómo ejercer soberanía.
Dado que el Tratado Antártico había dejado en claro que este continente estaría dedicado a la paz y la ciencia, para poder establecer áreas de influencia, a las naciones signatarias no les quedó otra que hacerlo basándose en tres elementos: diplomacia, ciencia y presencia. Pero el escenario cambió cuando el explosivo desarrollo del Turismo (en su más amplia expresión, aquella de la definición de la World Tourism Organization) hizo mover tanta gente y recursos que se estableció en los hechos, y sin querer, en la más poderosa herramienta para que una sociedad pudiera imponer sus términos.
Dicho de otro modo. Para hacer soberanía, ya de nada sirve sólo enviar soldados y científicos a las bases, puesto que al mismo tiempo más de 60.000 extranjeros visitan los mismos sitios y contrarrestan cualquier presencia "oficial" que allí pueda existir. Masa de personas que, además, al regresar a sus hogares, multiplican el interés antártico en sus comunidades al comunicar, educar, financiar y, también por supuesto, dar un piso político a los planes polares de sus respectivos países.
Y que les quede claro. Lo que estoy aquí contando no es una chifladura mía o una hipótesis de algo que podría ocurrir. No señor, es realidad pura. Ahora, ya. E insisto; mientras ustedes leen estas líneas, una población mayor a la ciudad de Coyhaique va camino a Antártica, dentro de los cuales, estadísticamente hablando, no hay ningún chileno.
Saco a colación nuestra nacionalidad porque es el momento de aterrizar el análisis y formalizar la primera y no última crítica a nuestra Política Antártica Nacional, entendiendo por ésta al conjunto de derechos e intereses que configuran una vocación histórica y geográfica nacional (decreto 429 del 28/03/2000, del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile). Y lo que digo es simple: hoy dicha política se está llevando a cabo de una forma absolutamente errada, puesto que no ha identificado al Turismo Antártico como LA herramienta del siglo XXI para ejercer soberanía.
Esto porque, fruto de un equivocado menosprecio intelectual (que en verdad sólo demuestra nuestra propia pobreza de ideas), seguimos viendo al Turismo como algo banal, malamente asociado al estereotipo de extranjeros llenos de dólares con piel color poto de guagua. Lo que explica porque en vez de readecuar las estructuras antárticas para dar cabida a este cuarto elemento y, luego, difundir, educar, gestionar y ayudar al desarrollo de los correspondientes proyectos, sencillamente lo marginamos, sin darnos cuenta que es el juego de alfiles en este gran juego del milenio.
La ceguera es transversal. De partida la culpa la tiene el país como un todo, puesto que querer considerar al Turismo significa traer también consigo las limitaciones que existen en Chile para su desarrollo (ver "El Paraíso Perdido"). Consecuentemente, en el Estado no existe nada, NADA, que sirva de verdad para reflexionar, promover y ejecutar proyectos turísticos nacionales en Antártica. Y si de ahí pasamos a quienes pueden cambiar las cosas, los gobiernos soberanos, puesto que el fenómeno surge recién en los 90, la crítica apunta directamente a la Concertación, para quienes será más fácil resolver una ecuación diferencial que entender lo que explico aquí. Por último, los llamados a implementar la política antártica, INACH y las 3 ramas de las Fuerzas Armadas, también fallan rotundamente (aunque para hacerles justicia son por razones un poco más complejas y que merecen ser analizadas en detalle después).
La equivocación antártica nacional es terrible, pero no es lo peor, puesto que hay algo más grave aún: ni siquiera se le identifica como un problema. No sabemos que no sabemos. Seguimos jurando que mientras enviemos funcionarios a los congresos, financiemos un par de estudios y podamos enviar un sargento a la base Parodi, estaremos dando solidez a nuestras pretensiones y seremos capaces de compensar a los, por ejemplo, 17 mil estadounidenses que año tras año viven, visitan y ejercen poder en Antártica.
Nuestras instituciones no se han dado cuenta que ahora se necesita también involucrar a la población como un todo (que es, en el fondo, lo que hace el Turismo), viendo su colocación física en el terreno no como una molestia, sino que como una consecuencia válida de ejercer los históricos derechos que creemos tener.
De no cambiar, no sólo jamás podremos recuperar el liderazgo que alguna vez tuvimos, sino que transformaremos nuestros rimbombantes llamados y pretensiones en meros aullidos de un país comparsa.
Dicho en castellano, chao Antártica.